Como saben, amigos oyentes, cada vez que me acerco a la emisora lo hago siempre en bicicleta. Soy un convencido de los beneficios que este artilugio puede prestar a la sociedad. Una ciudad plana, estrecha y alargada como Palencia es ideal para este vehículo. No entiendo que hasta ahora las autoridades no hayan puesto manos en el empeño y que aún ahora tengamos que esperar no sé cuántos meses para que se desarrollen los proyectos existentes. Esperar que llegue el momento se me hace más largo que una mañana de agosto en la playa.
No, pero no voy a hablar de bicis, bueno, solo un poco para contar que frecuentemente recorro con ella las orillas del canal de Castilla. Tierra de Campos y páramo. Viento y soledad. Tierra agostada permanentemente. Ni un árbol en la lejanía. Digo yo que es parecido a navegar en alta mar: nada a la vista salvo la propia sombra. El otro día no, el otro día decidí ir hacia Soto Albúrez, ese espacio de ocio natural a las afueras de Villamuriel. Disfruté el paseo como siempre hasta llegar al lugar, allí me entretuve por las esclusas y tras un elemental refresco decidí seguir pedaleando unos kilómetros más, aguas abajo.
Debo reconocer que me sorprendió, que de pronto el paisaje, brusco y reseco, había cambiado; el canal y el río Carrión, que casi se pueden dar de la mano en ese lugar, configuran un espacio verde y fresco, un alivio a la calorina que ese día caía del cielo. El Cerrato se hacía presente allí mismo, llegaba casi hasta el camino de sirga, cerrando el horizonte, negando la tópica planicie mesetaria. Súbitamente me sentí en otra Castilla, lejos de la Castilla árida y seca, tierra de pan llevar, ricamente cerealista cuando el año no viene torcido como el presente. Sé que hablo solamente de un oasis, sé que hablo solo de un rincón dulce y encantador, de una ilusión, de una situación transitoria, que acababa unos kilómetros más allá… Pero tampoco mis ojos iban más allá, me bastaba aquello.
En la escuela me enseñaron que las ardillas podían atravesar España sin bajarse de los árboles; dice por otra parte la tradición, no sé si con suficiente fundamento, que los bosques de Castilla fueron talados hace siglos para ver venir al enemigo… Sea verdad o no, el caso es que la Castilla mesetaria (no olvidemos que Castilla es mucho más que esta altiplanicie) es extremadamente árida, reseca y áspera. Tenemos árboles, bosquecillos quejumbrosos y desalentadores, en las laderas de las montañas, y poco más.
En general nuestro paisaje es tristemente desolador, vacío, huérfano de vida. Con los peregrinos del camino de Santiago la hostilidad de la meseta es tal que frecuentemente la olvidan. Cogen el tren, dan un salto de doscientos kilómetros y se quitan de las espaldas, o de las piernas, una tierra desolada, abrasadora, casi enemiga. Un desierto.
Urge reforestar los campos. Urge dulcificar nuestras tierras. Urge una campaña, con objetivos, propuestas, metas e ilusión para que las hoscas, las abandonadas tierras de los campos mesetarios se llenen de vida. Sé que no podemos convertir a Castilla en un continuo Soto Albúrez, dulce, con vida, verde y humano. Sé que el canal de Castilla solo pasa por donde pasa, pero hay que repoblar nuestros campos, no solo de niños y empresas -algo extremadamente urgente- sino de árboles, de vida, de frescor. No solo será una fuente de trabajo presente sino de riqueza futura y de creación de vida salvaje. Las administraciones deberían invertir parte de sus fondos en reconvertir nuestros paisajes y hacerlos más atractivos, más habitables, menos enemigos, menos huraños.
No hablo solo de plantar una chopera en la salida de cada pueblo; hablo de los montes y de los campos, cada uno con su especie vegetal apropiada, hablo de volver verde el campo pardo, hablo de dulcificar un clima extremadamente seco y brusco sin matices, que dé trabajo, que dé futuro, que cambie el páramo en bosque, que cambie el terreno yermo en productivo, que cambie la cara de una tierra desgarrada en una tierra agradecida, humana, habitable y acogedora, que no rechace sino que socorra a sus habitantes. Y que pueda promocionar el turismo verde. ¡Qué importante podría ser!
No, ya, ya sé, ya sé que es mucho pedir, que esto no se hace en cuatro días, que… lo sé. Pero llevamos cientos de años conformes con una situación que nos aproxima al desierto. ¿Cuántas generaciones más vamos a esperar? Ya no hay enemigos que se aproximen ocultándose en los bosques. El enemigo ya está aquí y se llama desertificación.
Hala, señores, que me voy a Soto Albúrez a sentir el frescor, a oír los pájaros, a escuchar el correr del agua, a contemplar la vida. se despide hasta la semana que viene.
Cuaderno de Pedro de Hoyos
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@pedrodehoyos