Al comienzo de cada mes uno se plantea no dejar a esta página huérfana de letras. Suelo confiar en que una cantidad adecuada de palabras narrará los hechos de una vida plagada de anécdotas, describiendo ideas, hechos afortunados y no tanto, plasmando invenciones y mentiras.
Pero un blog no puede ser testimonio de una vida como si fuera un diario al que uno no se atreve a escamotear ningún detalle. Hay un ligero matiz delineado y coloreado por la privacidad que diferencia lo uno de lo otro.
Hoy repaso esta bitácora y encuentro en ella casi un mes en blanco. Si no viviera conmigo mismo podría pensar que aquí no ha pasado nada, que mis días no han tenido el más mínimo interés ni merecían ser contados. Pero sospecho que hay cosas que no llegan jamás a convivir con su trasunto virtual.
Podría haber pergeñado una de mis pequeñas ficciones, el relato de lo que les sucede a unos seres creados para un simple post. Pero enero no ha sido el mes de las historias de personajes que habitan un apartamento mental para mudarse a otro acotado en unas páginas bajo fechas que nunca se repetirán.
Veremos qué ocurre con febrero. Veremos.