En primer lugar, las gangas ibéricas soportan mejor las altas temperaturas porque necesitan poca energía en relación a su tamaño, con lo cual su cuerpo, al funcionar, genera menos calor que otras aves de talla semejante - en concreto, la ganga gasta como un tercio menos de calorías respecto a lo que sería de esperar por su peso. Si consultáis el enlace anterior y hacéis algunos números, resulta que una ganga normal necesita para sobrevivir apenas 1,2 vatios, mucho menos que una bombilla de bajo consumo - que también se calienta menos que una bombilla normal.
Además de calentarse poco, las gangas beben asiduamente. Con el fresco de la mañana, las hembras alzan el vuelo y se dirigen hacia los bebederos, en nuestro caso a la cola del Embalse de Vallehermoso, a unos 12 km de distancia a vuelo de pájaro. Por el camino lanzan al aire su reclamo, que es como un "cáa, cáa" más propio de una gaviota que de un ave tan parecida a una paloma. Atraídas por los reclamos ajenos, las gangas se van reuniendo y terminan formando bandos numerosos, para descender finalmente al bebedero, tras asegurarse de que no hay peligro. En pocos segundos beben hasta un 15% de su peso y se marchan, silenciosas; a su regreso llega el turno de los machos. Si la pareja de gangas tiene ya pollos nacidos, el macho, antes de emprender el vuelo, restriega contra la tierra las plumas de la pechuga, desordenándolas en todas direcciones y preparándose así para jugar la tercera y más extraordinaria baza de las gangas contra el calor.
Al llegar al bebedero, la ganga-padre remojará bien las plumas del pecho, empapándolas de agua a conciencia. Cuando vuelva con sus pollos, éstos rápidamente acudirán a pasarle el pico por las plumas cargadas de agua, sorbiendo así una pequeña pero valiosísima cantidad de líquido que les ayudará a sobrellevar las largas horas bajo el sol que pone el aire a casi 40º un día tras otro y que calienta el suelo hasta los 60º C. Si tuviéramos que aguantar esas condiciones en campo abierto pronto nos abatiría la insolación, y al final sucumbiríamos deshidratados, en el mundo en que las gangas prefieren vivir.
Marchant (1962) comprobó cómo beben así los pollos de ganga ibérica, y Ferguson-Lees (1969) da más información sobre horarios y costumbres en los bebederos.