En busca del tesoro, empanada de tortilla de patatas

Por Angryomelette

Ni el propio Robert L. Stevenson hubiese podido imaginar en su mente literaria semejante

Tortilla de patatas (dentro del hojaldre): Carmen
Fotografía: AO

tesoro. Desde su puesto de observación en lo alto del palo mayor, vislumbró entre la calima las altas palmeras de la dorada playa. “¡Tierra a la vista!”, gritó el vigía con ronca voz. El ajetreo ruidoso se adueñó de la cubierta del barco desde la que se descolgaron los botes para llevar a parte de la tripulación a la isla descubierta. Minutos después, las botas del capitán dejaron su profunda huella en la hasta ahora virgen arena. De su desgastado bolso sacó un ajado trozo de papel amarillento y lo escudriñó con sesudo interés. Caminó hasta la palmera más alta del lugar y desde allí, cuatro pasos hacia el norte, tres saltos hacia el este, una pirueta hacia el sur y dos volteretas al oeste. El aspecto temeroso y viril del capitán acentuaba lo ridículo de aquel extraño ritual. En un punto exacto, con voz portentosa y solemne, dictó la sentencia: “excavad aquí, villanos. Daos prisa, panda de holgazanes”. Dos metros de profundidad, muchas paladas de húmeda tierra e incontables litros de sudor después, las palas chocaron contra un objeto extraño… Allí estaba su tesoro.
  Las leyendas en torno a tesoros, tesorillos y demás misterios enterrados bajo toneladas de

Se puede observar una patata asomando
Tortilla de patatas: Carmen
Fotografía: AO

tierra y de tiempo envuelven como una bruma nuestro entendimiento, cegando nuestro sentido y anulando nuestra voluntad. Todos necesitamos de tesoros inalcanzables a los que perseguimos a lo largo de nuestra vida. Incluso, solemos envidiar a aquellos que, por suerte o por esforzado esmero, se topan con su particular Santo Grial. Nada más lejos de la realidad. Qué sensación de desasosiego sufre el que se ve privado de su objetivo utópico e irreal, el que logra sus metas y su vida se convierte en un pozo sin fondo colmado de desesperación y pena.
Cuántas veces hemos expresado que los placeres se prolonguen infinitos en el tiempo. Por supuesto me refiero a los culinarios. Ante un sabroso y delicioso plato somos muchos los que lamentamos, sin haberlo catado todavía, su próximo fin. No deja más que traslucir el espíritu agónico del desesperado que comprende la futilidad de la existencia en estos parajes convertidos en valle de lágrimas. Sin embargo, también es justo reconocer y admirar las bondades que se nos brindan a lo largo de nuestra experiencia vital aunque sea de forma pasajera y fugaz. Habíamos dejado a nuestro capitán ante aquel extraño objeto con el nerviosismo infantil de quien abre sus regalos el día de su cumpleaños. ¿Qué escondía aquel fantástico tesoro?
Las mayores glorias necesitan de tronos majestuosos, suntuosos y ricamente dorados, que

Primera cata
Tortilla de patatas: Carmen
Fotografía AO

sirvan para engrandecer, aún más si cabe, las cualidades que han justificado su entronización. Sobre pomposa bandeja de oro, se extendía en toda su longitud una suculenta empanada de hojaldre. Su superficie reflejaba los poderosos rayos vespertinos de un sol primaveral y nuevamente triunfante. Con gesto tembloroso, el capitán sostuvo con gesto delicado entre sus manos aquel ejemplar rescatado de las profundidades de la tierra. Se dirigió hacia una superficie estable sobre la que depositar la dorada bandeja y con ademán decidido y experto, algo teatral, desenfundó su puñal de campo. A modo de un cirujano sometió aquella empanada a un ligero corte practicando una tímida cata que había de revelarle el secreto que guardaba, aún humeante, entre sus entrañas…

Disección completa
Tortilla de Patatas: Carmen
Fotografía: AO

El perfil longitudinal, entre las brumas de la cocina recién hecha, mostraba la grandeza del hallazgo. Con pericia y paciencia arqueológica, desentrañó y descifro los estratos de aquel rico yacimiento: una primera y múltiple capa de hojaldre que servía de cobijo a una delgada tortilla de patatas que descansaba sobre lecho también de hojaldre. El ejemplar en cuestión, rescatado del suculento abrazo hojaldroso, revelaba la cuidada atención y mimo del componedor de semejante innovación gastronómica así como sus artes en el fogón. La ecuación, básica y sencilla, se resolvía con grandeza genial de matemático que traza la suma perfecta del huevo y la patata y, por supuesto, la cebolla, a la que se añadía una nueva incógnita: el hojaldre. Calificación: cum laude.
Gracias a mi querida Carmen por fabricar estos ingenios que sacian mi apetito y despiertan mi gula más primaria y salvaje en detrimento de las interminables travesías hacia ningún lugar y las jornadas infinitas de inanición. En tu honor, inscribimos tu empanada con letras de oro en nuestro particular monumento a la tortilla de patatas ante la ira incontrolable de mi eterna e infructuosa dieta.