En busca del tiempo perdido: La escuela Bruguera

Publicado el 16 junio 2011 por Jimalegrias


Llegados a este punto del relato- y más ahora que ya tenemos todos por aquí cierto grado de pudorosa intimidad y confianza virtual- permítanme confesarles otro de esos pequeños pecados veniales, uno de los menores, de mi infancia y juventud.
Yo fui un poco caco, un ladronzuelo de barrio bajo, un descuidero que le sisaba con ingeniosa habilidad a su santa madre unos pocos duros de esos con el careto rayado de Franco para poder comprarse - acumulando lo hurtado en varias jornadas como un émulo de Oliverio Twist o Tío Gilito- el último Supermortadelo especial Verano y un par de Olés para echarse al coleto un viernes por la tarde mientras deglutía el bocadillo de Pralín y esperaba a que comenzara "El Perro de Flandes" sentado en la mesa de la cocina tras el baño semanal( eran tiempos aquellos en que entre los padres de barrio de aluvión circulaba la leyenda rural de que lavarse mucho arrugaba y envejecía al niño prematuramente).
Y, lo que es peor, nunca me he arrepentido de estos pequeños escamoteos y sustracciones, pues ya desde niño había considerado que la finalidad, la curiosidad de la lectura, bien merecía la pena y el riesgo.

La marathon de la vida tiene sus etapas, sus caminos y transiciones, sus límites más o menos concretos, así que mucho antes de esos alivios acelerados de la adolescencia con alguna Interviú de Victoria Vera(era pelirroja natural, todo hay que decirlo) en el cuarto de baño con el pestillo pasado, o de los escarceos con la vecina en el descansillo de la escalera palpando y calculando con precipitación febril los volúmenes de senos, tangentes y cosenos... antes de esos soles pubescentes que implosionaban por dentro y dejaban mapas de la península de Italia en las sábanas limpias, ya me habían habitado los Mortadelos y sus disfraces imposibles, los Anacletos y sus zapatófonos, las hermanas Gilda y sus embrollos y líos amorosos.
Un complejo mundo que descifrar a través de los simples esquemas de unas caricaturas. Pero que, a veces, ayudaban a realizar el milagro.

Recuerdo que yo había pasado el hambre mitológica y post-franquista de Carpanta y habíamos perseguido pavos en Navidad a los que después perdonábamos la vida y con los que compartíamos mesa y mantel; había sentido el atizador de alfombras del malhumorado Don Pantuflo Zapatilla sobre mi pellejo y también había simpatizado con el avaro sacacuartos de Don Senén, el de la tienda de ultramarinos de "13, Rue del Percebe". Ellos fueron mis primeros y queridos maestros, mi literatura de bata y zapatilla de cuadros, mi filosofía de andar por casa, cuando en casa no había apenas tiempo o ganas para la literatura y, mucho menos, para la filosofía.
La alta literatura de las magdalenas con sabor a tiempo perdido, de los centroeuropeos que se despiertan una mañana convertidos en insectos( en metáforas zombies) o de la gélida metafísica de los campesinos rusos y ortodoxos llegó más tarde, cuando aquel doctor de Orense ya me había curado el acné con sus mejunjes y la vecina me había enseñado a despejar ciertas dulces ecuaciones.
Solamente me resta decir que la palabra Bruguera se convirtió desde entonces para mí- y supongo que también para muchos otros- en sinónimo de tiempos mucho más sencillos, sinceros, espartanos y felices que los de ahora. Decir hoy Bruguera es decir ilusiones recién estrenadas, Cheiws Junior de fresa ácida, brilé, tardes de portal en junio entre tebeos, amigos y pelotas saltarinas. Es un DDT arrugado entre las páginas aburridas del libro de matemáticas de 3º de EGB.
Decir Bruguera, ya parezco Serrat, coño, es decir Tío Vivo, Pulgarcito, Ibáñez, Cifré, Vázquez, Raf, Segura... es decir Colección Olé, Superhumor, Joyas literarias juveniles, Agamenón, Rigoberto Picaporte, La Familia Cebolleta, El Reportero Tribulete, Don Pío, Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, El Profesor Tragacanto y su clase que es de espanto... o sea, que decir Bruguera es decirlo casi todo. Todo lo importante. Y lo más importante siempre es la niñez. La primera y última patria del hombre. Todas esas miles de horas entre bocadillos y caricaturas, felicidad y sonrisas, mundos de tinta y colores offset en los que refugiarse e ir aprendiendo a vivir de la única manera que es posible aprender a vivir. O sea, tirando.

Dicen que la nostalgia ya no es lo que era, que está devaluada, que corres el peligro de convertirte en estatua de sal si la frecuentas demasiado, pero me gustaría señalar que de lo que yo estoy hablando, también y sobre todo, es de agradecimiento. Agradecimiento con mayúscula. Agradecimiento infinito y de corazón a toda esa factoría generadora de entretenimiento e ilusiones colectivas llamada Bruguera; a esa escuela de empresarios, artistas, magos del trapecio de fin de mes e ilusionistas del Rotring y la escuadra que desde 1910 hasta nuestros días han conseguido lo imposible: colonizar mediante sus páginas y personajes las risas y las almas de todos esos seres humanos que un día pulularon por la extraña e incomprensible tierra de la niñez.
Hoy todo ese tiempo perdido, sin magdalena, es de nuevo recobrado gracias a la mención de una única palabra: Bruguera.
Pocas veces ocho insignificantes letras significaron tanto para tantos. Una cosmología propia, muy nuestra, tan española, concebida a base de carajillos, pícaros, pequeñas miserias cotidianas, pagos aplazados y calendarios zaragozanos, que diría el maestro Carandell.Gracias por todo. Sobre todo por hacernos un poco más ligeros, alegres y, si cabe, menos mezquinos.
Post Scriptum: Sí, también leía "Lily", tebeo para chicas, y a Dorita y las desventuras de la Terrible Fifí que estas revistas contenían. Nobody is perfect, que dicen. Y yo menos que nobody.

Saludos de Jim.