Por Oscar Oyarzo Hidalgo
El primero, conocido por fundar Santiago, fue –junto a los primeros conquistadores de América– culpable de la tortura y matanza de los miembros de nuestros pueblos originarios, con tal de imponer su cultura, su credo y usufructuar del beneficio económico de la riqueza de nuestro suelo. Más tarde sería el propio pueblo al que avasalló quien lo tomara prisionero y lo ajusticiara como responsable de la sangre derramada en su cruenta conquista.
Sirvan estos dos casos como ejemplo para mostrar cómo, a pesar de sus terribles delitos, vemos sus estatuas a lo largo del país, al igual que sus nombres en muchas de las avenidas y calles de nuestras ciudades. Personajes que representan la violencia y simbolizan el asesinato y la tortura, pero que al parecer a nadie importa.
Chile es un país lleno de estas imágenes, con estatuas, calles y monumentos de estos siniestros personajes: como Diego de Almagro, Diego Portales, Pedro Montt, Arturo Alessandri e incluso el mismo Jaime Guzmán, por nombrar algunos. Hoy la gente posiblemente no quiere que esos representantes del abuso y la muerte sean glorificados como héroes, sino conocidos por la verdad de sus actos, que han ayudado a perpetuar una cultura de la violencia, del abuso y del maltrato.
Caen viejos símbolos, representantes de la codicia y la violencia, pero se levantan muchos nuevos, ejemplos de la lucha por la paz y la justicia social, valores que pueden iluminar un renacer.
Oscar Oyarzo Hidalgo