En Búsqueda del Árbol

Publicado el 26 marzo 2019 por Carlosgu82

Diciembre de 2017

En búsqueda del árbol

Una de las tradiciones que hay en Estados Unidos es la compra del árbol de Navidad ¡Y es tremenda tradición! En este país, el pino navideño que ponen dentro de las casas es uno real, que previamente han cortado y comprado.

Como unos 4 días antes del evento la familia que me hospeda me invitó a que los acompañara un domingo a comprar el árbol de Navidad; yo había escuchado que eso era una costumbre muy bonita, pero no lograba dimensionar bien su importancia sin antes vivirlo. En general, la familia me contó que el domingo a eso de las 12 del medio día iríamos a una finca de árboles para escogerlo y comprarlo, y que luego, de regreso a la casa, pararíamos en un restaurante de pizza que les parece muy rico. El plan lo haríamos con otra familia amiga de ellos con dos hijos pequeños (entre los 5 y 8 años) y yo con motivación les dije que contaran conmigo.

Llegó el domingo y todos tomamos con tranquilidad la mañana, encontrándonos en la cocina tarde para desayunar o picar varias cosas y fue hasta las 11am que cada uno empezó a alistarse para el paseo. Cuando nos montamos al carro vi que habían empacado algunas galletas y paquetes y recordé los viajes familiares que he hecho en mi país con mis primas cuando éramos pequeñas en los que nos emocionaba tanto llegar a la piscina que decidíamos viajar con el vestido de baño por debajo de la ropa, y en los que mi mamá nos preparaba sus famosos y deliciosos sánduches viajeros. Esta vez, y debido a que vimos que la temperatura iba a ser de 32°F (0°C) la mayoría del tiempo, me fui muy abrigada.

Cuando Annamaría estaba sentada en su silla de carro para niños y con el cinturón puesto, arrancamos. Me contaron que la finca quedaba a unos 50 minutos y disfruté muchísimo del paisaje por el que transcurríamos; a veces no podía creer que realmente estaba viviendo una Navidad tan distinta y de tan cercana manera: estaba en el estado de Nueva York, viviendo con una familia del país que encarna las diferentes costumbres y tradiciones (¡A las que yo estaba siendo invitada!). Pero sobre todo, en ese momento estaba viendo nevar; pude ver como algunos pequeños copos de nieve llegaban a las ramas de los árboles deshojados y me pareció bellísimo.

Una vez llegamos a la finca de árboles, nos dirigimos hacia la zona verde designada como parqueadero y nos encontramos con la otra familia, que nos había estado siguiendo en su carro. Empezamos a caminar todos en grupo y nos entregaron a cada familia la sierra con la que cortaríamos el árbol. Me sorprendió lo grande que era esa finca y la gran cantidad de árboles que tenía… Hubo un punto alto en el que me detuve a observar  y me parecía que estábamos en una isla de pinos, era un paisaje hermoso y me sentí muy feliz al caminar rodeada de naturaleza.

Aunque iba mucha (mucha) gente a comprar el árbol, el territorio era tan grande que uno no sentía tumulto. Me gustaba caminar escuchando las conversaciones de las personas con las que nos encontrábamos en el camino y me di cuenta que es un plan completamente familiar. A pesar de que en su mayoría vi familias con hijos pequeños, me enternecía mucho ver las familias con hijos adolescentes o hasta adultos con sus padres mayores.

Hay muchas clases de pinos y la finca estaba dividida por zonas según el tipo de árbol; las dos familias del paseo querían ver árboles de distintas clases, así que hubo un punto en el que decidimos separarnos temporalmente para escoger el pino (en el parqueadero nos volveríamos a encontrar todos). Fue en este punto donde pude vivir la verdadera magia familiar que sucede hasta en las más románticas de las tradiciones.

Annamaría no quería separarse de sus amigos (los hijos de la otra familia) y se resistió a quedarse con sus padres al empeñarse en tener mala actitud y estar chinche. Luego de que le intentaron explicar calmadamente varias veces que era un momento familiar en el que ella debía estar, la “pusieron en su lugar” al hablarle fuerte, y logrando motivarla con que sería ella quien daría la última palabra decisiva del árbol que se llevarían.

Caminamos por varias partes –mientras a mí me encantaba meterme por los espacios más angostos que había entre los grandes pinos para oler bien la Navidad– y el árbol que le gustaba a Annamaría, a la mamá (Andrea) no le gustaba y viceversa. Mario, el papá, varias veces propuso alguno que otro árbol pero a ellas no les gustaba; y yo empezaban a sentir mis característicos ataques de risa en momentos inconvenientes. Seguimos caminando y Mario optó por mencionar que él estaba bien con cualquier árbol que ellas decidieran y que él quería hacerlas felices. Me pareció un gesto tierno y me seguía dando risa ver cómo le estaba empezando a desesperar la indecisión femenina. En varios momentos tuvieron el gesto cariñoso de preguntarme mi opinión con la intención de que todos nos sintiéramos parte de la decisión.

Finalmente llegamos a uno que Annamaría propuso y que a Andrea aprobó; y al que Mario y yo, cuando la mamá y la hija se voltearon a vernos, dijimos bajo un acuerdo mudo y mutuo: ¡Ese es! Mostrando motivación con la decisión. El paso a seguir era el que más temía porque me costaba mucho aceptarlo.

No estaba de acuerdo con que cortaran el árbol; de alguna forma sentía que me dolía, y aunque había hecho el reto personal de vivir y aceptar la tradición, fue inevitable escuchar mis pensamientos existenciales de lo cruel y egoísta que me parecía que éramos los humanos al matar un árbol por una tradición, y lo ignorantes que podíamos llegar a ser al no cuestionarnos las cosas sino verlas como normales “porque siempre se han hecho así”, y lo invasivos que somos con seres que no hablan… En silencio me acerqué a un costado del gran pino de un poco más de 2 metros, acaricié varias de sus ramas y le pedí perdón; fue algo que hice sin pensarlo, casi por necesidad ya que me di cuenta de esto cuando me escuché a mí misma susurrar las palabras lo siento.

Mientras tanto, Mario y Andrea estaban acomodando y extendiendo un plástico grande en el suelo frío con algunos pedazos de hielo, en el que algún miembro de la familia se acostaría para lograr llegar al tronco con la sierra y hacer el corte. Mario fue quien se acostó y mis ataques de risa que había logrado manejar, salieron a flote cuando el papá de la familia, un poco pasado de kilos y con poco estado físico, se desesperaba al tener las ramas en su cara, al sentir mucho frío en todo su cuerpo y al tener que hacer fuerza para cortar el árbol; todo esto mientras que Annamaría gritaba que si ya podía buscar a sus amigos y Andrea le contestaba que no al mismo tiempo que intentaba sostener el tronco del pino sin que las ramas invadieran su boca ni que chuzaran sus brazos y le gritaba a Mario que cómo iba.

Me reí y fue muy bonito saber que la risa tiene su forma de comunicar universalmente; yo me reía de lo patética que me parecía la situación de ofusque familiar y cuando Andrea me vio me dijo con una sonrisa: “Todo tiene su parte real”, haciendo referencia a que no se vivía esa tradición de forma perfecta ni “como en las películas” donde toda la familia elige sin problema alguno el árbol perfecto y el padre de la casa logra cortarlo sin mayor esfuerzo. Las dos nos reímos y la situación, que seguía siendo la misma, la vivíamos ahora de manera distinta y más apaciguada.

Luego de varios intento y mucho esfuerzo para cortar el árbol, Andrea dijo que iba a llamar al papá de la otra familia a lo que Mario, herido y avergonzado de no cumplir con la idea de hombre que la sociedad ha creado, le suplicó que no lo hiciera. Finalmente, llegaron al acuerdo de buscar a uno de los leñadores de la finca para que nos ayudara, y fue gracias a él que la familia pudo llevarse el pino que eligieron.

Preguntas, preguntas

Una vez se elige y se corta el árbol, la familia lo arrastra hacia unas máquinas especiales y muy efectivas en forma de tubo; el pino pasa a través de este para ser enrollado con una pita. Así que la planta navideña sale de la máquina como un árbol mucho más compacto, con todas sus ramas pegadas al tronco. Debido a que ya era de noche en el camino de regreso a la casa y no era posible ver bien el paisaje, nos dedicamos a hablar en el carro. Estuve fascinada con varias preguntas que Annamaría nos hacía, pero aún más de darme cuenta de que ninguno de los adultos presentes tenía idea de cómo responder. Una de esas preguntas surgió de la siguiente reflexión que Annamaría hizo: “el plástico es malo para el planeta, yo tengo Barbies y las Barbies son de plástico, entonces mamá: ¡¿Por qué tengo tantas Barbies si son malas para el planeta?!

¡Yo la felicité por la pregunta! Pude mantener prudencia en guardarme lo que habría sido mi respuesta amargada en ese momento (que hubiera sido algo como “deberías regalar esas Barbies a niños que en verdad las valoren y no volver a comprar más”), pero no pude evitar felicitarla por cuestionarse eso; y aún más, por proponerle un buen interrogante a sus papás.  Aunque en esta pregunta no se detuvieron mucho, la siguiente sí los puso en debate y todo. Estaban hablando del Titanic y de alguna forma la conversación llegó a la historia del Arca de Noé. Cuando ella comunicó que no sabía lo que era eso, la mamá le contó la historia resumida explicándole que hacía parte de los relatos bíblicos, a lo que Annamaría preguntó ¿Y esos sucesos de la Biblia sucedieron en verdad?

Yo estaba fascinada. Hubo unos segundos de silencio en el que cada adulto hizo conciencia del no saber cómo responder eso (si es que llegaba a saber la respuesta), y Mario respondió que no mientras que Andrea dijo que sí. Debatieron un poco y llegaron a la conclusión de que esas historias “se suponen que pasaron”. Yo seguía alentándola a que se cuestionara más y me encantaba verla quedarse en silencio viendo en la oscuridad y escuchando sus propios pensamientos. Me acordé de la frase de los autores Ortega y Gasset en la que dicen “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas”. Ese regreso a casa me encantó.

Curiosidad: un fuerte deseo de saber o aprender algo.