Quizás, porque es el momento, porque igual no hay otro con las mismas oportunidades ni coyuntura, sí, quizás por eso, ha aparecido en el horizonte de mi tierra, Asturias, una persona que dice llega a salvar la comunidad consiguiendo que el PP gané en ella después de tantos años de elecciones perdidas y opciones malgastadas.
Dejando de lado si estoy de acuerdo o no, simplemente diré que lo entiendo. Pero hay otras cosas que no sólo no comprendo sino con las que no estaré de acuerdo nunca. Dentro de ese propio partido se oyen voces a favor —voces que gritan pensando en ganar en el 2011 como última oportunidad, o al menos la más idónea—, y voces en contra que luchan por seguir manteniendo su parcela de poder y con miedo a, de no ganar, quedarse sin nada. Voces que para acallar sus propios problemas, dicen estupideces como si dijeran las mayores verdades dichas en la historia. Y, a pesar de todo, son aplaudidos y vitoreados por compañeros que a voz en grito dicen querer lo mejor para una comunidad y todos sus habitantes y, ni siquiera, lo hacen con valentía y honor, sino con un orgullo mal entendido y peor usado.
Creo que la mayoría de los políticos sienten la estúpida necesidad de decirnos qué debemos sentir, decir o cómo actuar, cuando ellos son incapaces de asumir otra cosa que no sea su orgullo y ansias de poder sin comprender que sólo están ahí, en su puesto, porque así lo hemos querido los votantes y que su deber es ‘trabajar’ por y para todos, con independencia de la comunidad de la que nos sintamos orgullosos por ser nuestra cuna de origen.
Señor Cascos, nací en Asturias hace casi medio siglo, no he vivido en otro sitio y siempre he sentido el orgullo de ser de esta tierra. No necesito, ni necesitaré nunca, que ningún político—sea de aquí o de fuera— venga a decirme si es apropiado o no que sienta dicho orgullo, o cuándo debo sentirlo.