Con la lectura de En cinco minutos levántate María acabo, hoy mismo, hace un rato tomando un café en una de las cafeterías de mi barrio, con la trilogía que el argentino Pablo Ramos (Buenos Aires, 1966) dedica a la familia Reyes, del barrio de Avellaneda. Si en El origen de la tristeza el narrador era Gabriel, un niño de doce años, quien nos habla (ya adulto, el narrador está evocando) de su vida de niño de suburbio en 1978, y en La ley de la ferocidad es Gabriel Reyes, ya adulto, quien nos habla de cómo vivió los días correspondientes al velorio y el enterramiento de su padre, y de paso lleva a cabo un profundo ajuste de cuentas de la relación que tuvo con su progenitor, en En cinco minutos levántate María se recrea todo este mundo ficcional pero, ahora, desde una nueva y original perspectiva: desde el punto de vista de la madre.
María es la madre de Gabriel, igual que –claro- de Alejandro (el hermano mayor de Gabriel) y de Julia y Manuel, los hermanos pequeños. Además de ser la mujer de Ángel, el padre muerto en La ley de la ferocidad.
María se desvela en la noche, y aunque no le gusta estar despierta en la cama y se dice a sí misma que se da cinco minutos más antes de levantarse, desde la cama, en la oscuridad, empieza a mantener un intenso diálogo consigo misma, en el que repasa durante horas (o una gran suma de cinco minutos postergados) los acontecimientos clave de su vida familiar. María tiene, en el día que narra, “sesenta y pico de años, cuatro hijos y cinco nietos.” (pág. 14). En ese momento Gabriel tiene treinta y cinco, y (para no revelar sorpresas) diré que el tiempo narrativo es próximo al evocado en La ley de la ferocidad y el padre (que duerme al lado de María) se encuentra cercano a su muerte.
María habla consigo misma en la oscuridad de su cuarto sin ventanas (como ya sabíamos los lectores de Ramos por los otros libros que completan la historia de esta familia), iluminado de vez en cuando por la presencia de una luciérnaga, que será invocada y recordada durante bastantes páginas de este libro (sobre todo al final de los capítulos) con el nombre de luciérnaga-hada.
El tono de este nuevo libro ha cambiado bastante respecto al anterior: si la voz narrativa de La ley de la ferocidad era desgarrada, poderosa y violenta, la voz narrativa de María es mucho más tierna y de una poesía que a veces puede bordear lo cursi (como esa invocación que ya he comentado a la “luciérnaga-hada”, por ejemplo), pero que en realidad se acaba revelando como la de una mujer fuerte y luchadora; una mujer que decidió dejar de llamar “mi marido” al hombre que duerme a su lado y lo cambió por “este hombre” el primer y último día que “este hombre” le puso la mano encima para darle una cachetada. “Porque para él si vas a un psicólogo estás loca, si vas a un ginecólogo varón sos puta, y no sé los miles y miles de prejuicios con que la madre, la santa madre que tenía, le habrá rellenado la cabeza. Conozco muchos de los prejuicios de este hombre pero estoy segura de que ni por asomo los conozco todos.” (pág. 132)
“Desde que me casé que no me acuerdo ni de quién soy. Crío hijos, cocino, lavo, y no hago eso porque tengo miedo de quedar embarazada nomás de hacerlo”, le confiesa María a su primo en una conversación que se evoca en la página 124. María, como mujer de su generación, sometida en gran medida a los mandatos de un hombre autoritario y machista, en más de un momento de su vida se ha llegado a sentir una sombra, alguien anulada, alguien que arrastraba un dolor tan grande que ha querido desaparecer. En este sentido, se recrea aquí, desde el punto de vista de la madre, un episodio que el lector de El origen de la tristeza ya conoce, narrado por Gabriel: el intento de suicidio de María mediante la ingesta de pastillas.
No es éste el único episodio de los otros libros que se vuelve a narra en este tercero desde otro punto de vista; en este sentido destacaría la narración del día en que Gabriel se pierde en la playa, contado ya, desde el punto de vista de este último, en La ley de la ferocidad.
Pero también es mucha la información nueva sobre la familia Reyes que el lector recibe en este tercer libro: en este sentido destacaría las historias del tío Héctor o de la bisabuela gallega de María. O la creación de algún personaje memorable como el niño Pablo que María conoce en el hospital cuando tienen que ingresar a su hijo menor, Manuel. Y también vuelven a aparecer aquí viejos amigos de la familia y del lector, como el trabajador del cementerio Rolando o el vecino homosexual Fernando.
María es una mujer creyente que evoca a Dios, pero que a veces también duda de su fe. Nos habla de sus hijos, pero el discurso hace especial hincapié en la relación que mantiene con Gabriel, quien sabe que ha sido el más propenso a sufrir por la relación con el padre. María sueña con seguir tratando de crear un puente de comprensión que parece imposible entre padre e hijo.
“¿Por qué nacemos predestinados a perseguir una felicidad que vive siempre donde nosotros no estamos”, se pregunta María en la página 44, y este discurso pesimista a veces entronca con el de Gabriel en el segundo libro, pero ya he apuntando anteriormente que a pesar de que María se lamenta de no haber podido vivir más su vida (no ha podido viajar a España, por ejemplo, con lo que soñaba) como le hubiera gustado, y ha tenido que asumir el rol de madre y esposa, el tono de esta novela es muy distinto al de la anterior. María no es un pozo sin fondo de dolor, María es una mujer que ha aprendido a estar conforme con su vida a pesar de los sinsabores del pasado.
La voz narrativa de María me ha parecido muy creíble, una construcción notable tras la la feroz creación del narrador del libro anterior. Creo que En cinco minutos levántate María ha sido un cierre original y brillante para estar trilogía. Aunque digo cierre y dudo de mis palabras, imagino que es posible que Pablo Ramos vuelva a hablarnos de esta familia Reyes y de su alterego Gabriel.
He tardado doce días en leer las 648 páginas de estos tres libros. Han sido doce días intensos, dedicados a una apuesta narrativa de voltaje potente, con páginas tiernas y evocadoras, pero también con otras terribles y desgarradas. Todo un mundo narrativo consistente ha sido levantado ante mí y creo que estos libros se merecerían en España una suerte superior a la que me parece que están teniendo.
Esperemos que la editorial Malpaso se anime y nos acerque los dos libros de relatos que el autor tiene publicados en Argentina.
Si pinchas AQUÍ puedes leer una entrevista que le hago al autor.