No tenía más de 16 años. Su cabello era negro, largo y lacio.Poseía ojos negros, redondos y grandes. En el rostro moreno, ovalado y grácil, sin arrugas, había dos o tres espinillas típicas de acné juvenil. Sus manos punteagudas, sin uñas largas y en color natural, parecían no estar cómodas con solo sostener un arrugado sobre de manila tipo carta y un tubo de acero del vagón.
Entró en Artigas, vestida con un pantalón tipo mono, muy ceñido a su escueta figura, de esos que llaman leggins, color marrón con bastantes dibujos beige y otras tonalidades de colores que combinaban. En contraposición, llevaba una blusa color azul rey, bastante holgada, tanto, que parecía dos o tres tallas superiores a la de ella.
No viajaba sola, venía acompañada con una señora que para mi sorpresa resultaría su madre, y lo digo porque no aparentaba ni treinta años. Sin embargo, la literalidad de su compañía la representaba esa inmensa barriga, abultada y bajita, denotando que estaba en días de parto.
Al verla me levanté de mi asiento para ofrecerle el espacio.Su cara lo suplicaba, esa niña tenía muy mal semblante, de que algo le molestaba. Por supuesto que, para una personita, a su edad y en ese estado de gravidez, debía ser muy incómodo. He escuchado que se les bajan las defensas, la hemoglobina y todo lo que pueda bajarse.
Ella se sentó sin siquiera dar las gracias -ignoro si por el malestar o mala educación-, no obstante, su madre me sonrió y dio sus palabras de agradecimiento, a lo que riposté que no tenía por qué devolverme la cortesía.
De inmediato, la mayor de las dos mujeres preguntó a la menor cómo se sentía y la interlocutora con voz débil le indicó que quería desmayarse. Eso alteró notablemente a la interrogadora quien indicó en voz chillona y alta: ¡mi hija quiere parir, toquen la alarma, por favor!
Enseguida la gente se activó, al tiempo que la niña se tocaba la vagina y sacaba su mano empapada de un líquido que parecía agua, pero su olor era muy peculiar. En su frente colgaban una cantidad sobresaliente de gotas, que se turnaban para bajar deslizadas por sus flácidos cachetes y labios palidecidos producto de la calamitosa situación por la cual atravesaba.
Otra señora, de asiento cercano, acudió a prestar ayuda, pidiendo que levantaran los pies de la niña lo más alto posible, mientras un caballero seguía con detenimiento las instrucciones; varios miraban el acto paralizados indolentemente e incrédulos; otros tantos nos ocupábamos de alertar al operador y trabajadores del sistema, y todo esto sin percatarnos que estábamos detenidos en la estación Maternidad.
Luis Vera Márquez
Septiembre 2018