En defensa de la dificultad

Publicado el 19 febrero 2014 por Pixfall

El tema de la dificultad inherente a un videojuego tiene un tratamiento muy diferente en relación a otros medios de expresión.

En el caso de una película, puede hablarse de dificultad para entenderla o disfrutarla, pero las herramientas de acceso están ahí, pues solo basta con sentarse y disfrutarla de principio a fin.

Algo similar ocurre en expresiones escritas, pues requiere de la habilidad de convertir texto plano en ideas con sentido. Pero de nuevo, las herramientas están ahí. No es necesario pasar alguna prueba especial para pasar del primer capítulo. Tampoco existe un QTE que nos obligue a cambiar de hoja para seguir avanzando en la lectura.

Sin embargo, la realidad cambia radicalmente al referirse a un videojuego. Es más, en muchas ocasiones se convierte en una travesía inacabada producto de tribulaciones, ensayos y repeticiones inexorables.

Cuando convenimos formar parte de una experiencia interactiva, aceptamos formar parte de una realidad virtual que se rige bajos sus propias reglas y principios. Es el jugador quien, bajo su propio riesgo, decide aceptar esta realidad para salir a enfrentarse a los diversos obstáculos que le esperan en su aventura de turno.

Pero para que un juego sobresalga es necesario recompensar al jugador que decide aceptar el desafío. Es necesario encontrar el balance adecuado entre frustración y simplicidad. El jugador va en busca de recompensas, pero al acceder a ellas necesariamente debe existir algo de dificultad y repetición. Es importante incentivar la exploración y la curiosidad, pues aquí reside la clave para crear una sensación de satisfacción entre los jugadores.

Debido a su naturaleza, el videojuego recoge varias expresiones y técnicas de muchas disciplinas: sonido, imágenes, arquitectura y diseño, texto, animación, inteligencia artificial, entre otras. Esto hace que el análisis de este medio implique nuevos retos a aquellos interesados en diseccionarlos.

Por ejemplo, el factor tiempo tiene un tratamiento especial. Una obra literaria o filosófica puede requerir de varias decenas de horas para poder ser leída y correctamente asimilada. Un videojuego relativamente simple fácilmente puede abarcar varios cientos de horas de juego, mientras que experiencias lúdicas más complejas pueden superar la marca de mil horas, como es el caso de los juegos en línea tipo World of Warcraft o EVE.

Muchos juegos también van cambiando con el tiempo, gracias a parches o expansiones. Y con ellos, las comunidades que se forman alrededor también cambian o evolucionan, por decirlo de alguna manera. Esto implica también una dificultad de estudio, al existir varias versiones de una misma obra. Algo similar ocurre con juegos antiguos, pues existe la disyuntiva de si se los asimila mejor en un ambiente emulado o en su sistema original.

Y de aquí que el análisis o estudio de un videojuego no es asignatura fácil. Pues además de todo lo mencionado en los párrafos anteriores, existe un lugar en el que todos estos ingredientes se combinan y crean una visión personal de todo lo asimilado: la mente del jugador.

Porque sólo la mente es capaz de crear reminiscencias que se debaten entre la confesión y el mito. Incluso un juego tan banal y simple como Candy Crush Saga puede avivar las más variadas pasiones: el nivel más querido o el más odiado, el nivel en el que el jugador se quedó estancado, teniendo que recurrir a una compra para salir de apuros.

Efectivamente, algunos videojuegos pueden convertirse en una adicción crónica, pero a la vez, un sistema creado específicamente para desafiarnos y retarnos, también puede convertirse en una forma densamente concentrada de experiencia. Todo depende de cómo nuestra mente asimila lo que percibimos en pantalla. Dicho de otra manera, una obra de ocio electrónico puede convertirse en un refugio, en un lugar de encuentro o el Edén, en el que cada jugador se convierte en héroe y narrador de su propia aventura.

Luego se puede hablar sobre el arte, la política, el guion, la música, el impacto, el legado, la importancia social, o cualquier otro intrincado videojueguil que surge a raíz de un diseño y los datos que éste genera. Pero no podemos olvidar el objetivo que persigue un videojuego a través de sus jugadores: aceptar su propia realidad y sus obstáculos y escollos en el nombre de la experiencia. La dificultad es el punto, no el problema.