Revista Comunicación

En defensa de la honestidad, una obligación para todos.

Por Marperez @Mari__Soles
Crisantemo blanco: la flor de la honestidad.Crisantemo blanco: la flor de la honestidad.

¿Por qué será que tengo la sensación de que mucha gente está confundiendo, cada vez más, “hipocresía” con “buenos modales”? Para mí, que esto de la crisis está creando más competitividad de la necesaria en algunas personas, y se están tomando demasiado en serio lo de la “ley de la selva”. No sé, a lo mejor debería observar y escuchar más para poder descubrir algo que, ahora mismo, no distingo, pero, por ahora, eso es lo que alcanzo a ver: personas que creen que basta con simular ser lo que no se es, y disimular lo que realmente se es, para ser “socialmente correctas”´, es decir, que creen que hay que ser hipócritas, y con eso está todo solucionado, es suficiente para ganarse un buen puesto en la sociedad, conseguir una amistad, tener buenas relaciones u obtener un puesto de trabajo.

Para mí, la diferencia entre “hipocresía” y “buenos modales” siempre ha estado muy clara: entiendo que “hipocresía” es una actitud mentirosa, engañosa, que tiene un trasfondo de maldad o, al menos, mala intención. Entiendo que es hipócrita quien quiere ocultar algo de sí mismo/a que, si se descubriera, les causaría perjuicio y se sentirían rechazados. Prefieren mentir antes que mostrar su verdad, porque iría contra sus intereses. Y, por otro lado, entiendo que “buenos modales” son una serie de costumbres que se adquieren para tener buenas relaciones e integrarse socialmente, pero que no tienen por qué ocultar nada conscientemente con mala intención. Y ahí está la clave que yo veo entre ambos: la intención. Los buenos modales se inventaron para facilitar las relaciones agradables, son generosos, buscan la armonía y la paz social; la hipocresía es es egoísta, es falsa, no une realmente a las personas y pocas veces es justificada y perdonada.

Me da mucha lástima ver cómo la cultura de la competencia por la supervivencia está haciendo mella en tanta gente. Quienes tuvieron la suerte de tener a su alrededor buenos ejemplos de honestidad, en estos tiempos, saben muy bien cómo salvaguardar sus espaldas usando los buenos modales sin tener que engañar a nadie. En cambio, quienes solo aprendieron el arte del disimulo para ocultar sus miserias porque nadie les enseñó a asumirlas, y, mucho menos, a valorar sus mejores cualidades, ahora solo saben hacer eso: ocultar lo que no aceptan de sí mismo/as, lo que les avergüenza, e inventarse una imagen falsa y aceptable porque no saben qué es lo que realmente tienen de bueno. Es muy triste ver a esas personas esforzarse constantemente en estirar el cuello y alzar la barbilla para parecer mejores, más dignos/as, más respetables, más admirables, más deseables. En cambio, se hace muy fácil y muy agradable hablar con la gente honesta y con buenos modales, porque a millas se siente su sencillez, su amabilidad, su seguridad, da igual que la tengas a un palmo de tu cara o que esté al otro lado de una pantalla de televisión. Se nota. Se ve a la legua cuando alguien tiene el valor de decir la verdad, ser decente, recatado, razonable, justo y honrado.

Por todo eso, en esta época en la que todo parece tener un ritmo tan acelerado y cada vez hay más manos pidiendo y menos dando, lo único en alza es el valor de las oportunidades, y cada cual, según cómo se haya formado su personalidad y las experiencias y aprendizajes que lleve a sus espaldas, intenta acceder a esas ofertas a su manera. Es lo más natural. Ya sea para una entrevista de trabajo, para vender su servicio o producto, o para conquistar a otra persona, cada cual usará sus herramientas y sus tácticas. Y para mí (lo tengo muy claro), uno de los requisitos indispensables a la hora de dejarme conquistar, convencer, es no solo la honestidad y buen trato por parte de la otra persona sino, también, que no se espere de mí que sea hipócrita y finja lo que no soy u oculte quién soy o cómo pienso para dar una imagen distorsionada de mí. Aquí entra en juego, también, la discreción: la discreción forma parte de los buenos modales, pero forma parte intrínseca de ella la prudencia, que tiene sus orígenes en el equilibrio y la armonía. Por lo tanto, ser discreta no es ser hipócrita, sino todo lo contrario, algo que también, por desgracia, estoy viendo que se confunde a menudo.

Es un ejercicio que, en muchas ocasiones, requiere un poco de esfuerzo, pero en eso consiste el gran logro del ser humano: en haber pasado de ser fieras primitivas astutas a seres civilizados dotados de la capacidad de controlar su propia espontaneidad, usar el razonamiento abstracto, y usar las palabras para convivir pacíficamente y transmitir esas normas de convivencia a lo largo del tiempo y el espacio. Esa convivencia tiene mucho de egoísta, ya que el hombre es un animal gregario, que necesita del otro para sobrevivir y evolucionar, pero también de bondadoso y solidario, porque, como dice el refrán, “el roce hace el cariño”, y tanta convivencia nos ha ido endulzando el corazón a algunos/as… y espero que, algún día, forme parte del adn de todos/as.

Tal vez por esta forma de pensar mía es por lo que muchas veces me he llevado tantas decepciones de personas en las que confié, y por lo que se me hace tan difícil entender a quienes me piden que sea hipócritas con quienes sé que lo son conmigo. No es ese mi estilo, y no voy a pedir perdón por eso, aunque no me entiendan o me tachen de lo que quieran. Prefiero limitar el trato con ese tipo de personas a lo mínimo indispensable por educación y por la buena armonía si se trata de alguien que está en un grupo en el que me encuentre (por ejemplo, en una reunión en casa de unos amigos, a la que acude alguien con esas características, aunque podría poder muchos otros ejemplos), pero sin caer en la mentira. La edad y la experiencia me han enseñado que, a veces, lo más sano es saber cerrar puertas, pero echándole un buen chorro de lubricante a las bisagras. Siempre será mejor que otros te echen de menos a ti a que tú eches de menos a tu propia dignidad. Para mí, ser honesta es una obligación, que tiene sus mejores adornos en la humildad y nuestra propia sabiduría acumulada con los años (y los buenos modales deben seguir agregándose a esa sabiduría, siempre hay alguno nuevo que podemos aprender).


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