Muchos de ustedes me dirán que sí, a otros muchos la propuesta les dejará indiferente y, finalmente, habrá un grupo de personas que digan que no. Vamos a reflexionar más a fondo sobre las razones que pueden llevar a cada persona a posicionarse en un grupo u otro. Cuando nos plantean proyectos de este tipo, la mayor parte de los individuos piensan en lo que hay que hacer para obtener el objetivo final (llegar a Santiago, en este caso). Si lo que hay que hacer es atractivo, la gente se implica. Por lo contario, si no sentimos gusto por realizar esa tarea, al final optaremos por no participar; si nos obligan a hacerlo, lo haremos de mala gana.
Veámoslo otra vez con más calma. Estoy convencido que cuando les propuse el plan gran parte de ustedes hicieron un recorrido mental por el trayecto: pensaron en los pueblos que iban a atravesar, visualizaron los senderos, se vieron caminando en bici, se imaginaron los albergues, las charlas con otros compañeros de viaje, etc. Y si todo lo que vieron en su mente les gustó, se sumaron a la idea.
Así funcionamos en nuestro día a día, incluyendo nuestra faceta profesional. Generalmente las empresas nos convencen para que nos impliquemos enseñándonos el objetivo final que obtendremos, la mayor parte de las veces de índole económico (un determinado salario). Sin embargo, las personas nos implicamos o no en las empresas no tanto por lo que vamos a conseguir, sino por cómo sea de gratificante la tarea que tenemos que realizar para conseguirlo.
Pondré un ejemplo para remarcar esta idea: si yo les propongo un salario de 6.000€ al mes muchos de ustedes sentirán atractivo por trabajar conmigo. Dicho de otro modo, tendrán predisposición a implicarse en el proyecto porque conocen el objetivo económico que van a conseguir y “les suena bien”. El problema surge si yo les digo que la tarea que tienen que desempeñar es intentar cobrar las deudas de los morosos. Para muchos de ustedes probablemente esta tarea no sea gratificante y prefieran renunciar a desempeñarla aunque sus frutos sean atractivos. En resumen, ¿cuántos seguirían dispuestos a implicarse en el proyecto? Buena parte de nosotros habríamos abandonado a pesar de que el beneficio era tremendamente “poderoso”.
Podemos concluir, por tanto, que las personas necesitamos obtener un beneficio por nuestro trabajo pero lo que realmente nos compromete no es tanto el propio beneficio sino lo gratificante que nos resulte el desempeño.
¿Cuántas empresas están tratando de motivar e implicar a su personal poniendo metas económicos pero al mismo tiempo descuidan otras cuestiones del día a día referidas al puesto de trabajo? Si lo que realmente mueve a las personas es el objetivo final, mal asunto. Cuando uno se acostumbre a esa “zanahoria” habrá que cambiársela por otra, y esto tiene complicada solución en el tiempo. Llegará un día en que se nos acabarán las “zanahorias” y no encontraremos manera de poner objetivos atractivos.
Por lo contrario, si ponemos nuestro punto de mira en generar entornos que produzcan satisfacción (el recorrido entre Roncesvalles y Compostela), el día a día del empleado será más gratificante y su implicación por llegar hasta la meta aumentará considerablemente.
Resumiendo: la verdadera implicación está en lo que se hace y no tanto en lo que se consigue. Si mejoramos el desempeño de los puestos obtendremos importantes beneficios de los empleados. Así lo creo yo, al menos.
Les deseo una feliz y placentera jornada de trabajo
[Disponible libro recopilatorio con los artículos más leídos de este blog]