Celia se despertó. Desconocía el sabor de la felicidad, el tacto de una caricia, el color de la esperanza. No tenía amigos. Tenía una vida fría, metálica y urbana. Se duchó, se miró en el espejo y asqueada por la soledad de su imagen prometió cambiar de trabajo. Se le hacía tarde. Se vistió de negro, se colocó la peluca y salió por la puerta para cumplir el único encargo que le costaba aceptar.
En el bolso de Prada, una pistola. En su iPhone, un nombre: Futuro.