En mi etapa profesional como investigador tecnológico tuve la oportunidad de participar en un proyecto en el que observé que, en algunos países costeros de Europa, como Reino Unido, Irlanda o Islandia, el consumo de algas es habitual, pero no tanto como lo fue en el pasado; parece que, en la actualidad, tras haber alcanzado cierto nivel de vida, comer algas no está bien visto. Se dice que para muchos occidentales comer vegetales que el mar arroja como desechos malolientes es parecido a recolectar las verduras podridas del huerto en lugar de las más tiernas. Pero quizás ha llegado el momento de replantearnos nuestra visión de este inmenso y desconocido grupo de plantas marinas formado por miles de especies diversas. Porque sus posibilidades alimenticias son infinitas (varios cocineros de élite están experimentando gastronómicamente con las algas, uno de ellos el afamado Andoni Aduriz en su Restaurante Mugaritz), su cultivo es económico y su tasa de producción, alta. Por lo tanto, es fácil deducir que serán una de las herramientas que habrá que tener en cuenta para afrontar el reto de paliar el hambre en un planeta superpoblado.
Hoy solo 145 especies de algas son de consumo habitual. Pero las estimaciones de organismos como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) indican que su popularización es cuestión de tiempo. La proliferación de restaurantes japoneses ha dado un buen empujón a la «aproximación occidental» a la ingesta de algas. Seguro que otras muchas consideraciones serán puestas sobre la mesa en un futuro muy cercano.