Siguiendo con los refritos veraniegos, este cuento lo escribí hace poco menos de tres años. Es fruto de una experiencia muy personal y no sé si ponerlo en la columna de éxitos o de fracasos. Al menos salió un cuento.
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Era un reto. Pensó que valía la pena. Estudió el laberinto por fuera, le echó un vistazo rápido por dentro, lo que las reglas del juego permitían y a pesar de que le advirtieron de que era un laberinto tramposo, no hizo caso. Lo que ocurre es que la gente se cansa de observar y analizar y en lugar de reconocer su incapacidad, lo achaca a trampas del contrario, se dijo.
Llenó su cantimplora con el agua más fresca que encontró, metió en sus alforjas los alimentos necesarios para una buena temporada y sin más ayudas se introdujo en el laberinto. Incluso rechazó un ovillo de lana que le ofrecieron para que lo fuera desovillando por el camino y así poder regresar. Además de nada original, eso sí que le parecía hacer trampas.
Estuvo primero yendo de un lado a otro, sin rumbo, sólo para familiarizarse con los recovecos, los caminos, los cruces. Disfrutando de algunos trazados, sobresaltándose cuando a veces se vio al borde de un precipicio, desesperándose al encontrar un río infranqueable. En definitiva, dejándose llevar. Más tarde intentó buscar atajos, pasos vadeables del río, lugares estrechos en los precipicios desde donde poder saltar al otro lado. Poco a poco se fueron gastando el agua y los alimentos. Los fue haciendo durar todo lo que pudo. Bebía un sorbito de agua apenas suficiente para mojar los labios y comía dos granos de trigo diarios. El resultado fue que se le agotaron las fuerzas. La cabeza no le funcionaba con la suficiente lucidez para intentar racionalizar el recorrido y poco a poco le fue inundando la desesperación.
Al final, tomó una decisión. Se bebió de una vez el resto de agua que le quedaba y dio buena cuenta, de una sentada, de la última espiga de trigo. Reposó un rato al pie de un muro y cuando sintió recobrar un poco sus fuerzas se levantó, concentró todas sus energías en su hombro derecho y con un golpe seco y violento hizo saltar el muro en mil pedazos.