En el Mundial de las mezquindades, Argentina se destaca

Publicado el 24 junio 2010 por Avellanal

La fase de grupos de este Mundial está próxima a concluir y, habiendo observado prácticamente la totalidad de los partidos disputados, puedo decir que algunos efectos contraproducentes comienzan a manifestarse con algo de sigilo en mi organismo. No han sido pocas las ocasiones en que algún tramo de fútbol en Sudáfrica me condujo, pese al esfuerzo puesto en contrario, a los más reconfortantes dominios de Morfeo. Salvo algunas excepciones que luego remarcaré, los equipos se han caracterizado por priorizar un exceso de disciplina –tacticisimo a ultranza– en desmedro del “arte del imprevisto y el engaño”. Esta inclinación por los cerrojos defensivos, por las persecuciones individuales, por el esquematismo invariable, redunda en la casi absoluta extirpación de la fantasía, y en la consecuente pobreza del espectáculo. El fútbol, merced a entrenadores como Capello, Domenech y Lippi, es cada vez más automático y menos artístico.

No sorprende, pues, que la mayoría de los encuentros de esta primera fase hayan sido aburridos hasta el límite del tedio. César Luis Menotti lo graficó con gran claridad: En lo que va de Mundial, el miedo fue más demostrativo. Se tradujo en un punto de partida basado en disciplina, orden, precaución, energía. Por eso, merecen una especial reivindicación aquellos “excéntricos” que aún siguen apostando a una forma diferente de entender el juego: los que no conciben a los jugadores como meras piezas de un mecanismo preconcebido, sino como lo que en realidad son: la causa eficiente del fútbol. Los que juegan, invariablemente, son los jugadores, por más que les pese a ciertos entrenadores que, con ingenuidad, soberbia o ignorancia, se piensan más determinantes que la gambeta imprevista y fugaz de un futbolista como Messi. Escribía Dante Panzeri, gran periodista argentino: La pelota sigue siendo rebelde, indócil, para quienes no la saben dominar y no ha habido director técnico que lograra enseñarle cómo hacerlo a quien no nació dotado del sentido, la destreza o la ignorada razón por la que se nace o no se nace sabiendo docilizar esa cámara de aire.

Más allá de resultados favorables o adversos (y de las incongruencias del “periodismo veleta”), jamás me cansaré de celebrar la propuesta futbolística del seleccionado español, que no ha perdido un ápice de la identidad forjada desde hace unos años hasta esta parte. Por su lado, Brasil todavía no ha lucido en todo su esplendor, pero apenas con algunos destellos de jugadores del talento de Maicon, Robinho o Kaká, que hacer honor a la tradición futbolística verdeamarela, de momento les basta para posicionarse como los favoritos de siempre.

La sorpresa mayor de este Mundial hasta ahora la constituyó Argentina. O, mejor dicho, Diego Armando Maradona, que en algún momento desde aquel fatídico triunfo frente a Uruguay que le permitió a su equipo clasificarse a Sudáfrica “por la ventana”, hasta el primer cotejo mundialista contra Nigeria, terminó por caer en la cuenta que posee la mejor línea ofensiva del mundo, y que eso exige necesariamente un planteo desprovisto de especulaciones y apocamientos. Al agrupar a un número inverosímil (para los cánones actuales del fútbol hipermoderno) de futbolistas de corte netamente ofensivo –Verón, Di María, Messi, Tévez, Higuaín–, el entrenador argentino decidió “echar toda la carne al asador”, como se dice vulgarmente. No existen medias tintas ni mezquindades posibles en esta saludable apuesta que está llevando adelante Maradona. Todavía se pueden corregir ciertas fisuras defensivas para terminar de consolidar el equipo, pero queda en claro que esta Argentina encabeza por un Messi incontrolable para los rivales, no será recordada por sus hombres del fondo. En cada uno de los tres partidos, la selección argentina ha sido de las pocas que ha tomado la iniciativa, que ha corrido riesgos considerables a causa de su vocación ofensiva, que ha pulido un sistema paciente y dinámico para romper esquemas cerrados, que en ningún momento ha cedido la posesión del balón. La prudencia ha quedado de lado, y la audacia de este proyecto eminentemente maradoniano no contempla previsiones. Aquellos que daban por cerrada la biografía de Maradona, hoy comprenderán su craso error. Diego se ha reinventado, para agigantar su mito, de la mejor forma: provocando una celebración del fútbol. De la mano de su heredero, Messi. Porque los tibios no hacen la historia.