Este momento será, en efecto, una nueva prueba anímica para Ustari. Un salto de carácter. De esos que dio en el fútbol y, también, en el básquet. Osky, tal como le dicen en América, su lugar en el mundo, es un fanático de la bola naranja. Varias volcadas dibujó en el patio de su casa. Y por las noches, estampaba sus ojos en los partidos de la NBA. Ahí, donde tenía devoción por Michael Jordan, según escribió Cristian Grosso en el libro Futbolistas con Historias de Selección. Un fanatismo que pasó la pantalla de TV. Y llegó al buzo de Ustari. Su espalda lució el número 23 en su debut en Primera con Independiente. Y lo mismo ocurrió durante el Mundial de Alemania. No podía ser de otra manera.