La fiesta de cumpleaños de la mejor amiga de Louise Lambert se acerca rápidamente, así que lo que ocupa ahora mismo la mente de Louise es «“¿Qué me voy a poner?» Cuando se prueba un vestido celeste en su tienda vintage favorita, de repente se ve transportada a los tiempos de María Antonieta, y se ve envuelta de la vida de palacio, con sus fiestas maravillosas y pelucas enormes, convertida en una dama de compañía de la famosa reina. Con todo, aún encuentra tiempo para hacerse amiga de un chico del vulgo y darse cuenta de que no todo en Versalles son pasteles y alta costura… ¿Será capaz Louise de conservar su cabeza mientras lucha por volver a su hogar?
Hace unas semanas reseñé el primer tomo de la colección Una fashionista viajera en el tiempo, y ahora os traigo la segunda parte. Si el primero, el que trataba del Titanic, me encantó, este me ha terminado de enamorar por completo. Es cierto que la historia pasa, en mi opinión, casi a un segundo plano y que lo que toma realmente importancia son las ilustraciones. Simplemente son preciosas.
En este caso, la protagonista se prepara para el cumpleaños de su mejor amiga y decide que no hay mejor ocasión que esta para comprarse un vestido nuevo, siguiendo su gusto por la moda, sobre todo la vintage. Es ahí, cuando va en busca de la prenda perfecta, cuando toda la trama comienza y ella llega al palacio de María Antonieta. Pero, como he dicho antes, la historia en sí no es importante. Lo que más me ha llamado la atención es la preciosa edición que tiene este libro. Me ha gustado más incluso que el primero, puesto que tengo obsesión por los trajes de época y, simplemente, me encanta.
En cuanto la sorprendida visitante salió de la estancia, las sirvientas se precipitaron hacia Louise con los brazos llenos de finas prendas cosidas a mano y algunos productos de belleza de aspecto medieval. Antes de comprender lo que estaba pasando, Lousie se vio despojada de su vestido azul lavando para el té y encuelta en una bata blanca como una elegante momia parisina. Una de las criadas, de la altura de Louise pero con un generoso pecho de matrona, se subió a un taburete escalón de madera y atacó su elevado pelo castaño con unas tenacillas de rizar humeantes que debía de haber calentado en un fogón, ya que obviamente no había electricidad en esa época.