En 1533 entró Teresa en el Convento de la Encarnación (Ávila). Dos años después, cayó tan enferma que su padre la sacó del lugar, para darle cuidados médicos. Se la llevó a casa de su otra hija, María, en Castellanos de la Cañada, donde permaneció hasta 1536. Estando allí, comenzó a confesarse con un clérigo de esta localidad, llamado Pedro Hernández.
A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho; que esto tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que se extiende hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien que nos hacen a Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra El, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del mundo! ¡Fuerais Vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra Vos no lo fuera un punto! Mas ha sido todo al revés, por mis pecados.
La historia sigue. Por ahora no digo nada: creo que está claro.