En el salón marroquí, la pequeña Fátima se inclina sobre su cuaderno. Con letra torpe escribe una palabra. El tiempo parece derretirse en el enrevesado camino del lápiz. Sigue despacio interpretando los planos de su memoria la ruta de c-e-r-e-z-a: manita, marcha atrás, media luna, manita, circulito, media luna, manita, ricito y sillita, bajando por la pierna, manita, circulito, media luna, manita y sillita, bajar para atrás, un pasito por el suelo, manita, marcha atrás, círculo grande, marcha atrás bajando y manita. ¡Ya está! En su mente las letras tienen una catografía preciosa, pero su mano parece no recibir correctamente las señales de su gps neuronal y su lápiz circula por el papel con trazos feos y desgarbados, a veces descarrila. Con frecuencia toma la goma y borra una y otra vez. Fátima lucha con tesón contra su torpeza motriz. Enfrenta cada día la pesada carga de sus deberes caligráficos sin desfallecer. Solo a veces se detiene, cambia de mano, suspira... antes de volver a agachar la cabeza y continuar letra a letra, sílaba a sílaba...Caen los minutos en el reloj de la pared. Teje las horas imperturbables con sus agujas. La aguja larga pasa dos veces sobre la pequeña mientras la acompaño, la animo, bromeo... Fátima, como un barco encallado en la enfermedad, continua escorada hacia adelante, sobre la mesa escribiendo y escribiendo. En su cabeza desnuda por la quimio dos grandes cicatrices, dos enormes costuras en la piel, delatan la entrada forzada del bisturí hacia su encéfalo. Un allanamiento a su cerebro que rebanó recuerdos y desordenó los muebles del pensamiento produciendo el caos en sus bibliotecas interiores. Ahora poco a poco, reparando desperfectos, intenta reconstruir sus mundos interiores. Estoy seguro de que lo conseguirá. Lo sé porque la observo cada día en su casa, de nueve a once, trabajando incansable en el salón marroquí.
En el salón marroquí, la pequeña Fátima se inclina sobre su cuaderno. Con letra torpe escribe una palabra. El tiempo parece derretirse en el enrevesado camino del lápiz. Sigue despacio interpretando los planos de su memoria la ruta de c-e-r-e-z-a: manita, marcha atrás, media luna, manita, circulito, media luna, manita, ricito y sillita, bajando por la pierna, manita, circulito, media luna, manita y sillita, bajar para atrás, un pasito por el suelo, manita, marcha atrás, círculo grande, marcha atrás bajando y manita. ¡Ya está! En su mente las letras tienen una catografía preciosa, pero su mano parece no recibir correctamente las señales de su gps neuronal y su lápiz circula por el papel con trazos feos y desgarbados, a veces descarrila. Con frecuencia toma la goma y borra una y otra vez. Fátima lucha con tesón contra su torpeza motriz. Enfrenta cada día la pesada carga de sus deberes caligráficos sin desfallecer. Solo a veces se detiene, cambia de mano, suspira... antes de volver a agachar la cabeza y continuar letra a letra, sílaba a sílaba...Caen los minutos en el reloj de la pared. Teje las horas imperturbables con sus agujas. La aguja larga pasa dos veces sobre la pequeña mientras la acompaño, la animo, bromeo... Fátima, como un barco encallado en la enfermedad, continua escorada hacia adelante, sobre la mesa escribiendo y escribiendo. En su cabeza desnuda por la quimio dos grandes cicatrices, dos enormes costuras en la piel, delatan la entrada forzada del bisturí hacia su encéfalo. Un allanamiento a su cerebro que rebanó recuerdos y desordenó los muebles del pensamiento produciendo el caos en sus bibliotecas interiores. Ahora poco a poco, reparando desperfectos, intenta reconstruir sus mundos interiores. Estoy seguro de que lo conseguirá. Lo sé porque la observo cada día en su casa, de nueve a once, trabajando incansable en el salón marroquí.