En el segundo aniversario de la muerte de Manolo Alcalá.

Publicado el 11 marzo 2017 por Lulesi

Esta madrugada han cantado en mi patio los mirlos que anidan en el Palacio de Viana. A pesar del frío, la primavera debe estar muy cerca.  Pero hace unas noches una voz lúcida, pero desgarrada, me dió la noticia: “Se ha muerto Manolo”.

No estoy seguro de que estuviera oyendo la radio cuando me dirigía en coche al tanatorio, pero acierto a recordar que oí el nombre de varios forajidos que ensucian la vida pública.  Pero había muerto Manuel Alcalá, “Mao”, mi amigo, el ser más limpio, y por algún momento he pensado que él ya formaba parte de una militancia etérea que daba la batalla a la peste que nos asola.

Tal vez Manolo esté ahora convocando a una reunión de obreros, apelando a su conciencia de clase, allá en algún lugar del espacio universal, o esté afiliando al sindicato de luchadores a figuras níveas de ese ignoto lugar, pero yo seguiré esperando -¿o será recordando?- cuando Manolín, infatigable tras su mella dental, se pasaba por mi lugar de trabajo: “Niño, que esta tarde nos vemos para discutir el anteproyecto de convenio colectivo”.

Para él siempre había una reunión pendiente, una asamblea que preparar,  una pintada que hacer o un “Mundo Obrero” que vender.

Esa fue la pequeña patria de mi juventud militante: las reuniones en el “Juan”, la entrega de carnets en la casa rural en la parcela clandestina, la manifestación del “30 de abril” para el 1º de mayo… y Manolín siempre presente.

Manolo seguirá existiendo sobre la base de sí mismo: incansable, insobornable, puro ante la lucha social y la conquista de libertades. Un viento de tormenta se llevó las libertades por las que luchamos varios lustros y nos quedó sólo el olor a tinta de la vietnamita, las madrugadas en los polígonos industriales llamando a la huelga en pasquines caseros y aquella calidez humana tras cada nuevo y permanente esfuerzo de lucha.

Manolo Alcalá ha muerto, pero nos queda la rebeldía intangible del ser más puro. Luchó, más que nadie, por la libertad y se mantuvo siempre limpio de las suciedades de algunas políticas y políticos.

Canta ahora el primer mirlo de la primavera sobre la peste nuestra de cada día, y aunque todo parezca derruido, en algún lugar el esfuerzo humano habrá encontrado un punto de belleza en que apoyarse: un fuerte perfume a libertad.


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