Vivíamos en el norte, eso decían.Desde muy pequeño soñaba con cruzar el río, porque de esa forma podría conocer la otra cara del Sol. Todos los días me acomodaba en la arena para observar el recorrido de esa esfera magna, desplazándose de izquierda a derecha. Bueno, esto recién lo supe cuando comprendí qué demonios significaba izquierda y derecha, lo que resultó bastante simple: la derecha era la mano con la que escribía. Entonces, sentado en la ribera, veía al Sol trazar un arco agudo perfecto, lentamente, hasta desaparecer por el lado de mis letras. El río no era demasiado ancho, pero sí muy profundo y peligroso, y no había puentes cerca. Sólo me tranquilicé cuando me dijeron que algún día conseguiría llegar a la otra orilla, pues me aseguraron que era una cuestión de tiempo, de edad.Y si me animo a contar esta historia ingenua es porque finalmente atravesé el condenado río. Por desgracia, descubrí que desde este lado se ve la misma cara del Sol y que aquí también se desplaza de izquierda a derecha. Aunque esta vez me resultó más sencillo entenderlo: la mano derecha fue el precio que el botero me cobró para cruzarlo. El río, me refiero, el Sol ahora quedó un poco más allá.