En el valle de elah (2007), de paul haggis. los fantasmas de irak.

Publicado el 22 enero 2010 por Miguelmalaga

Todos recordamos el entusiasmo con el que George Bush, disfrazado de piloto de caza, llegó a aquel portaviones recién terminada la conquista de Irak para proclamar ante el mundo su victoria. Pocas veces en la historia se ha hecho un ridículo semejante. La guerra, la verdadera guerra, aún no había comenzado, como se iría comprobando en los meses siguientes.
Paul Haggis, una de las mentes más lúcidas del Hollywood actual, no entrega aquí una película bélica, sino un drama que pretende ser una crítica demoledora de las consecuencias de la guerra desde un punto de vista intimista. Ya lo han hecho magistralmente otros cineastas antes que él, como Lewis Milestone, Dalton Trumbo, Stanley Kubrick o Francis Ford Coppola. Pero parece que estos mensajes antibélicos no terminan de calar en una buena parte de la población de los Estados Unidos, que se embarca en millonarias aventuras bélicas con el mismo entusiasmo con el que después se opone a la universalización de la Seguridad Social.
Hank (un magnífico y contenido Tommy Lee Jones) es un militar de una pieza. Uno de esos hombres que han mamado el ejército desde muy jóvenes y, ya en la madurez, necesitan prolongar su vida privada con retazos cuartelarios: pequeños detalles como la perfección con la que hace la cama o se afeita denotan en él una disciplina adquirida a base de grandes dosis de conductismo. Sus dos hijos han seguido su misma estela militar. Uno de ellos murió. El otro, que ha vuelto de Irak, ha sido dado por desaparecido.
A partir de ese momento, la vida de Hank se va a transformar en una búsqueda desesperada de pistas que le indiquen lo que sucedió con su hijo. Lo que va a encontrar no le va a gustar nada. Los videos que recupera del teléfono móvil que su hijo llevó a la guerra nos resumen la situación caótica que allí se vive: todo iraquí es un enemigo potencial y los soldados pierden su cordura poco a poco en un ambiente hostil. Verlos es como asomarse brevemente a una pesadilla. Al combatiente que va a aquel país le sucede lo mismo que a todos los que les han precedido en las continuas guerras de las que está bien nutrida la historia: cuando vuelve no es la mismas persona que partió. Ni siquiera es una persona ya, al menos con la definición que le podemos dar los que no hemos vivido una situación así. Muchos de los sentimientos de los que nos hacen humanos se pierden en el campo de batalla y son difícilmente recuperables.
La invasión de Irak no tuvo nada de noble ni de patriótico. El ciudadano independiente ni por un instante dudó de los sucios fines que la sostenían. Solo que sus patrocinadores hicieron mal los cálculos y dejaron una herida sangrante que tardará lustros en curar. Eso lo comprende bien Hank. El metraje de la película es para él un viaje en el que se le va cayendo poco a poco la venda de los ojos. Cuando al fín puede ver la realidad, siente que su vida entera se le escurre por un sumidero. El sumidero de tantas vidas utilizadas en nombre del patriotismo, siempre para fines oscuros.