Junto al arraigo, el presidente de los Premios Jaime I sumó las rigideces del sistema español de Ciencia y Tecnología a la hora de acoger a los doctores que forma. Y relató una anécdota de sus vivencias con su profesor, Nobel de Medicina de 1959 por sus hallazgos en la síntesis del ARN, en la Universidad de Nueva York. “Cuando yo estaba con Severo Ochoa, vino un catedrático español con mucha influencia y le comenté lo de mi regreso. Dijo que sí, que volviera, pero que tendría que hacer oposiciones”. Casi medio siglo después, apostilla, “las cosas no han cambiado mucho”. Sobre todo, a la hora de conocer los recortes en carne propia. La Generalitat, según Grisolía, ha pasado de financiar estos galardones con 800.000 euros a dejar la subvención en 50.000. “Una ayuda que, en los últimos dos o tres años, no hemos cobrado”, lamentó el presidente de la Fundación. Los premios continúan gracias a los patrocinados privados, aunque nadie este año subvenciona el galardón de Investigación básica.
Basta con recordar la diáspora personalizada en la figura de Nuria Martí Gutiérrez, una genetista valenciana, despedida en el ERE del Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF), que triunfó en la Universidad de Oregón (EE UU) formando parte del equipo que ha realizado la primera clonación de células madre embrionarias. El presidente del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), Emilio Lora-Tamayo, cree que la fuga de cerebros en España es una leyenda urbana. Pero la triste realidad es que, el año 2013 el CSIC sólo ofertó cinco plazas. Si la situación continúa así, no habrá vuelta atrás y España se convertirá en uno de los países menos desarrollados de Europa mientras el CSIC vive una de sus situaciones más difíciles, con la ciencia española al borde del colapso. La FJI/P (Federación de Jóvenes Investigadores/Precarios) piensa que la salida de jóvenes científicos puede ser buena para la comunidad científica global, pero siempre que haya una posibilidad de retorno. Con el actual gobierno, esta idea es imposible, y por lo tanto, la fuga de cerebros no es beneficiosa ni para la comunidad científica ni para la sociedad española en general. Así que seguimos exportando científicos españoles mientras que los clubs de fútbol importan por sumas astronómicas a jugadores extranjeros.