Toda esa injusticia está desquiciando a la población, que ya empieza a transformar su rechazo tradicional a la clase política en odio.
España podría tener dinero suficiente para mantener las pensiones en niveles de dignidad, pero no quiere tenerlo y el que tiene lo emplea en otros asuntos. Si el grueso y seboso Estado que estamos manteniendo adelgazara y jubilara a la mitad de los políticos que mantiene y si cerrara al menos la mitad de las instituciones inútiles y chiringuitos políticos que costea, habría dinero suficiente para asegurar el pago de las pensiones. Si, además, tuviera una fiscalidad justa y cobrara lo debido a las grandes empresas y a los evasores fiscales, el dinero daría también para mejorar la sanidad pública y la educación, dos servicios claves que sufren un deterioro terrible. Si se combatiera la corrupción con brío y eficacia y se recuperaran los inmensos botines robados, el dinero daría también para que España fuera una de las naciones más prósperas de Europa. Si, por último suprimiéramos ese Estado de las Autonomías que ha multiplicado por 17 los gobiernos, los parlamentos y otras muchas instituciones públicas, además de llenar el país de parásitos, muchos impuestos serían suprimidos, las pensiones subirían y quedarían garantizadas y nuestro país sería la envidia de Europa.
El mayor error de este gobierno, y también del anterior, aquel nefasto pilotado por Zapatero, ha sido el mismo: aplicar la austeridad y los recortes al ciudadano, mientras mantiene el lujo y el despilfarro en sus propios asuntos. Los políticos no han tenido ni un sólo gesto de austeridad para calmar la indignación ciudadana, ni un sólo gesto de solidaridad con los que sufren pobreza, ni un sólo rasgo de piedad hacia los humildes, sino derroche, arrogancia y desprecio elitista, exhibidos sin pudor a través de la televisión.
Los españoles habrían agradecido algo tan sencillo como que los políticos se subieran sus sueldos en la misma proporción que han subido las pensiones, el 0.25 por ciento, pero ni siquiera eso.
Ahora los pensionistas se han echado a la calle para exteriorizar su protesta. El espectáculo ante el mundo es bochornoso. Si las protestas siguen creciendo, ojalá no veamos el día en que España sea portada en los telediarios del mundo con imágenes de policías antidisturbios apaleando en las ciudades españolas a ancianos depauperados, indignados y cansados de sentir miedo a perder sus pensiones.
Francisco Rubiales