En la frontera de Agostiembre: Vacaciones que se esfuman, trabajo que se reinicia. Siguen los calores. Continúa el barullo político

Publicado el 31 agosto 2015 por Salpebu

“Agostiembre, por JOSÉ MIGUEL GIRÁLDEZ

PENA que los meses no se puedan mezclar. Conseguir un híbrido de agosto y septiembre, ese es mi sueño. Combinar el azul y la luz de agosto, el regreso al hogar y el mapa conocido. Pienso esto ahora, mientras en la pantalla suceden cosas indefinibles. Ya no hay matices, ya no hay pulso. Ahí fuera, en este pueblo de la Costa da Morte al ZAPPINGque he guardado fidelidad durante al menos veinte años, tampoco sucede nada. Pero en realidad, sucede todo: agosto se muere un año más, y así, nos va matando suavemente. El vacío de las calles y de las playas pide a gritos una transfusión de septiembre, un injerto, un trasplante, para mantener el sol escaso aún con vida. Para cuando sea día 1, aún querríamos que agosto respirase. No importa si hay que aplicarle el oxígeno de la ciudad. Hubo un tiempo en el que no existía la gran barrera. No sólo los días eran eternos: en los veranos cabían todos los amores y desamores, todos los Mississippis. Agosto se extendía más allá de sus fronteras naturales, con el desparpajo propio de la infancia y de la hiedra. Los meses no tenían respeto por el calendario. Ahora, en la playa solitaria, la bandera verde se agita con fuerza, anunciando sin éxito un nordés que ya a nadie importa. Me gustaría salvar a este pobre mes terminal, volver a superar las tiranías administrativas, destruir la seriedad cronológica de los adultos. Hacer añicos los relojes. Me gustaría darle una segunda oportunidad. Aquellos septiembres podían traer lluvia, pero las tardes eran doradas, como las uvas que recogíamos. Las manzanas de oro guardaban el sol para iluminar después los días de nieve. Brillaban en el desván cuando nos enviaban a buscarlas, porque agosto resistía en algunos lugares, sin apagar su luz. Hoy, septiembre se alza frente a nosotros como un lugar del que no podremos huir. Las televisiones parirán sus crías otoñales y, amamantándolas, nosotros seremos pastores de la grisura, contables de la derrota, encaladores de la monotonía, arquitectos de la rutina. Agosto y septiembre ya no pueden maridar como en la infancia: son enemigos íntimos. Parejos en el calendario, simplemente se repelen.”
(De “El Correo Gallego”, 31/08/2015)

Es muy cierto que el Agostiembre al que me refiero es algo distinto al que glosa en su artículo precedente José Manuel Giráldez, porque el vocablo (barbarismo iconoclasta) lo vengo interpretando según quedó escrito en la el libro “Agostiembre (El retorno a Montejaque)”, que en honor y loor de la XXI Promoción de Milicias Universitarias (IPS) y de su otrora capitán/profesor, el ilustre gaditano Don José Manuel Sánchez-Gey, escribió quien esto firma, con el siguiente tenor literal:

“Que nadie espere hallar el vocablo “Agostiembre” en el Diccionario de la Real Academia Española. Ni tampoco en los compendios de vocablos raros de la Lengua Española.
Encontrará “Agosto” y podrá leer “Septiembre”, pero no aquel vocablo inusual, y no académico, unificación de ambos sustantivos, que titula este relato.  
Y sin embargo es una palabra que, reconocida o no en su ortodoxia, existe y se usa, hasta tal punto que denomina esta obra.
Díganlo si no las historias que se narran a continuación, esencialmente auténticas (noveladas, claro está) y en mínima parte fruto de la ideación de su autor.
En cualquier caso, Agostiembre existió en el pasado, que se sepa, para muchos de los asistentes al campamento de Milicias Universitarias de Montejaque, en Ronda-Málaga, en el que durante dos sucesivos trimestres veraniegos los universitarios en edad militar sudaban la gota gorda y hasta enflaquecían, tratando de convertirse en flamantes oficiales y suboficiales de la escala de complemento del Ejército español.
Agostiembre era para esos jóvenes milicios el tiempo casi soñado, porque se refería a Agosto, mes que les semejaba inacabable pero que era el final de su estancia trimestral, y especialmente preludio del feliz Septiembre, en el que el retorno a los hogares y a la vida civil usual reponía a quienes habían sufrido de veras los rigores de un verano extremo y de una disciplina de estudios y ejercicio, extraña a su en ocasiones cómoda vida universitaria.
Pero Agostiembre es y ha sido también en la vida para esos que fueron “milicios” el preludio duro y lleno de sacrificio, unos tiempos de esfuerzos, zozobras y sinsabores, sobrellevados en la ilusionada esperanza de que les seguirían otros mejores, en los que podrían alcanzarse las metas pretendidas. Y cuando por fin les ha llegado el “Agostiembre” de la vida, las frustraciones y los éxitos se entremezclan con las vivencias de quienes son seres ya curtidos, que han ido dejándose jirones de energía y de entusiasmo y rellenan de conformismo lo que en su tiempo fueron vitalistas actuaciones.
Por eso, los personajes de esta obra viven, cada uno a su manera, cada uno en su tiempo, cada cual en sus personales
remembranzas, el Agostiembre de la vida. Y cuando alcanzan esa época, ya muchos otros compañeros han pasado a morar en las estrellas y todos los que sobreviven denotan con sus calvicies y albos cabellos que aquel Agostiembre que tanto ansiaron en su vida juvenil del campamento de milicias ha culminado como el convector y resumen de toda una trayectoria vital que ya pocas rectificaciones permite.
Ojalá el lector haya experimentado su Agostiembre particular en sus tiempos mozos y vuelva a sentirlo en su madurez veterana (ya que hoy se elude hablar de ancianidad), consumiendo las líneas de este relato, que no es otra cosa que una tentativa de narrar un ejercicio vitalista de memoria colectiva desde un muy especial “Agostiembre”
Esta especial visión de Agostiembre queda hoy entreverada con las sensaciones, sentimientos y vivencias del final de una época genuinamente vacacional y el arranque generalizado del nuevo período laboral, para el que se suponen recuperados la estabilidad mental y alcanzado el descanso físico.
Personalmente nunca he sido demasiado partidario de grandes períodos de asueto, y menos de un mes entero, porque en ellos se llega a alcanzar un poco el placer del “dolce fare niente” italiano, y hasta hgace falta otro tiempo de recuperación para la re-entrada laboral.
Opino, y así trato de hacer en la vida, que períodos de un máximo de dos semanas, adecuadamente repartidos a lo largo del año, sirven mejor al objetivo de un “descanso activo”.
Sea como fuere, la realidad es que desde hoy mismo nuestras ciudades ya empiezan a tener un tráfico agobiante, las gentes tratan de adaptarse a la vida habitual no sin algún que otro “síndrome post-vacacional”, en una palabra, la vida se auto-regenera, aunque el calor todavía vaya a perdurar algún tiempo.
Está llegando el final del verano, para unos de gratos recuerdos y experiencias; para otros de aburrimientos grandes; para otros de búsqueda de nuevas personas y sensaciones.
Hay que adaptarse a este final del “Agostiembre”.
Pero a lo que resulta imposible habituarse es al galimatías con el que nos envuelven a diario los políticos, con sus proclamas faltonas con los adversarios, sus manifestaciones contradictorias, sus reivindicaciones imposibles, sus entelequias maniqueas.
Lo malo es que en esta España nuestra estamos al borde de unas elecciones generales, con el aperitivo de las elecciones autonómicas
de Cataluña, que un puñado de iluminados iconoclastas tratan de convertir en plebiscitarias para la independencia de esa región.
Y por eso, el “insulta que algo queda”; el “y tú más”; el “hablemos del gobierno aunque sea bien”; el “yo no pactaré con nadie aunque ayudaré a la gobernabilidad” (con quien me convenga, añado), ésas son frases repetidas en el fenecimiento de un agosto que difícilmente purificará Agostiembre.
Llega un tiempo de recuperación, de nuevo asentamiento, de hilvanar nuevos proyectos, para buscar nuevas metas, nuevos “Agostiembres”, como el que he transcrito del libro que glosa el idealizado mes de aquel grupo de casi imberbes universitarios que cimentaron en las tierras sureñas de Montejaque una buena parte de su hombría y futuro.
¡Ah! Y para acabar, aunque parezca que no viene a cuento, felicitar al gran amigo y compañero Jesús Bataller Peris, porque él sí tendrá recuerdo imperecedero de este Agostiembre en el que recibió más y mejor vida desde un generoso trasplante renal que deseamos vuelva a insertarle en el mundo de los activos.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA