El viernes 5 escribí un tuit en el que anunciaba que me iba a la Hispacón de Valencia con el firme propósito de pasarlo en grande junto a mi familia literaria de la Plataforma de Adictos a la Escritura (PAE), con quienes las risas están siempre aseguradas. El caso es que poco después mi admirado José Ángel Jarné, siempre con la tecla a punto, me sugería como respuesta al mensaje que tomara buena nota de todo para redactar una de esas crónicas que tanto aprecia mi otra gran familia literaria, la de la Asociación de Escritores Noveles (AEN), y yo, que soy un chico aplicado, me pertreché con boli y libreta, dispuesto a apuntar todo lo interesante que llegara a mis oídos.
Pues bien, Jose, lamento decirte que durante las tres jornadas en el Museo de Ciencias Naturales no escribí ni una letra. Pero no te preocupes, que crónica hay. Esta. En entrega doble. Menos profesional que las de los Congresos de Escritores a las que os tengo (mal) acostumbrados, pero creo que va a ser entretenida. Por cierto, que me muero de ganas de volver a Gijón, así que ya estamos preparando el V Congreso, que toca en 2020.
Vaya por delante que la Hispacón es una reunión de autores y aficionados a la literatura de fantasía, terror y ciencia ficción, géneros de los que yo conozco poco. Tampoco estoy al día del mundillo ni de las movidas que generan afinidades y recelos entre quienes suelen frecuentar foros similares, así que acudía a Valencia con los ojos y las orejas abiertos, dispuesto a aprender, a conocer a gente maja y, sobre todo, lo más importante, a reír mucho. Y debo decir que todos los objetivos se cumplieron con creces. El de las risas, el que más. Compartiendo (mini)apartamento con Manu, María, Gemma, Greta y Ender (la reencarnación del Fújur de la versión cinematográfica de La historia interminable; es un perrazo tan enorme como simpático), era complicado no lograrlo.
Disfrutar de los paseos por Valencia no me lo había planteado como otro de los objetivos, pero la verdad es que lo hice, mucho. Aquí el mérito, sin duda, fue de la compañía. Había estado un par de veces antes, y ya me había parecido una ciudad muy agradable para recorrerla a pie.
Vayamos a por la chicha.
Si esto fuera una crónica periodística, debería haberla empezado con un anuncio, el que hizo Luis Gasca, autoridad mundial en el estudio de la historia del cómic, autor y colaborador en decenas de revistas, fanzines y locuras varias y, lo más llamativo para los legos en la materia, director durante varios años del Festival de Cine de San Sebastián. En su charla del viernes, en que relató montones de batallitas como organizador del certamen cinematográfico, avanzó con toda la naturalidad del mundo a los pocos que nos habíamos acercado a escucharle que le acababan de comunicar que el episodio final de Star Wars, El ascenso de Skywalker, se estrenará el día 18, en primicia mundial, en el mismo Teatro Victoria Eugenia de Donostia que acogió en 1977 el estreno del primero, con unos aún desconocidos Harrison Ford y Carrie Fisher —“Princesa Leia” se empeñó en llamarla Gasca todo el rato— presentes. Él fue el artífice de que aquello fuera posible, cuando los festivales “serios” repudiaban el cine de ciencia ficción.
Debería haber empezado por esto, y debería haberlo hecho en aquel momento, cuando el anuncio aún era una exclusiva. Un tuit, al menos. Ni eso. Mi olfato periodístico está en decadencia…
Bromas autocompasivas aparte, el caso es que sólo con las aventuras de Luis Gasca junto a la floreciente élite de la ciencia ficción hollywoodiense de los setenta y otras estrellas que compartían su afición por el pulp, el terror, las vampiresas mexicanas (su especialidad en la mítica revista Famous Monsters of Filmland, donde compartía espacio con Steven Spielberg, George Lucas, Stephen King o Don Glut, a las órdenes de Forrest J. Ackerman), podría llenar varias páginas.
El tipo tiene gracia, desde luego. Se gusta al recordar anécdotas y tiene el talento para cautivar a la audiencia. Nos dejó varias muy graciosas, como la afición de Alejandro Jodorowski por la revista Pulgarcito, que él le enviaba desde España, o la pasión de Jane Fonda por los zapatos. Lo primero que contó fue su visita a la mansión de la actriz, y cómo le había sorprendido que los guardara bajo y en torno a la cama, por la fragancia que debía emanar de ellos, básicamente. También le dedicó un capítulo a su amigo Roman Polanski y a la tragedia del asesinato de su esposa, la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses, por Charles Manson y varios seguidores de la secta que lideraba. Y en relación a ello, recomendó vehementemente la última película de Quentin Tarantino, Érase una vez en Hollywood, que en aquel momento no me atreví a reconocer que aún no he visto.
El sábado, Gasca participó también en la mesa redonda sobre el cincuentenario de la Hispacón, junto a algunos pioneros de la ciencia ficción y la fantasía en España, como Carlo Frabetti y Agustín Jaureguízar, quienes recordaron las primeras Hispacones. Frabetti, prolífico escritor de novela juvenil y director de la mítica La bola de cristal, estrenó en la primera edición la obra de teatro Sodomáquina. Su ideología de izquierdas le comportó ciertos problemillas con el régimen franquista y le llevó a hacerse a un lado para no perjudicar al certamen, que, de todas formas, no pudo celebrar la segunda edición a causa de la censura. «Bueno, sí, unos problemillas consistentes en encerrarme durante tres días en una celda en régimen de aislamiento», aclaró durante la charla. Jaureguízar paseó por la convención varias copias de la revista editada con motivo de la Hispacón de 1969, y se le vio en todo momento socializando (sé que, como mínimo, realizó dos propuestas protomatrimoniales, según me contaron sus afortunadas destinatarias).
La reunión, que contó con el refuerzo de los visiblemente menos veteranos Mariano Villarreal, experto en el género, galardonado varias veces en los premios Ignotus, y la moderadora Elena Sanz de Galdeano, resultó muy interesante, por los recuerdos, y por reivindicar el papel de las jóvenes escritoras en el resurgimiento de los géneros literarios, históricamente menospreciados, que difunde la Hispacón. Gasca lo complementó con la referencia a las innumerables portadas de las revistas de terror y ciencia ficción ilustradas con heroínas y víctimas ligeras de ropa. «Todo el mundo sabe que el atuendo más adecuado para librar aventuras en el Amazonas son los shorts, cuanto más cortos mejor», bromeó.
Mujeres y literatura de terror y fantástica… Como decía, acudía a la Hispacón con las orejas bien abiertas, dispuesto a aprender, y el sábado cinco mujeres escritoras, con un nivel de oratoria apabullante, me descubrieron a una joya llamada Angela Carter, feminista en un mundo de hombres, pero feminista incómoda para las mujeres que llevaban la voz cantante del feminismo de su época. Autora de relatos oscuros, en que los personajes femeninos actúan con maldad masculina, y maestra en el dominio de las técnicas narrativas. Al menos, es lo que quedó claro con el escalofriante relato que leyó de forma cautivadoramente gélida la poeta Ana Martínez (a ver si tenemos suerte con esa editorial que ha abierto el periodo de recepción de manuscritos…).
Junto a sus compañeras de mesa: Lola Robles (otro descubrimiento), Isabel Del Río (ídem; de hecho, ya me he leído su última novela, Rojo sobre negro, de Apache Libros; fascinante, habrá reseña…), Sofía Rhei (admirada por sus libros, a mí lo que me dejó con la boca abierta fue su voz al escucharla ponerle música a sus “sonetos bisexuales”, la noche del viernes), y, por supuesto, la gran “paesiana” Gemma Solsona (por fin me hice con su Casa volada, publicada por Huso; amigo Isaac Pachón, ni en las dedicatorias de sus libros se olvida de ti, jajaja… (Broma interna de la PAE)), ofrecieron una clase magistral que alimentó el debate a susurros con mi hermano paesiano Manu Gris (estamos en todas partes; en esa ocasión, al fondo de la sala para no molestar). Buf, menudo párrafo me ha quedado… Un aplauso para quien no haya perdido el hilo.
Hablando de hilos, voy a seguir con el de Manu, quien ejerció de maestro de ceremonias para la presentación en sociedad de la primera (y voluminosa) novela de la coruñesa Marta Edda Laiz, Visiones tras el velo, publicada por la joven editorial badalonesa Célebre (destaco su origen porque yo también soy de Badalona). Primer volumen, además, de una saga. La puso tan bien Manu, y la “defendió” con tanta solidez su autora, que no tuve más remedio que hacerme con ella. Seguro que la disfruto. Ya te contaré, Marta.
Uno, dos, tres… me falta el cuarto elemento del botín literario con el que regresé de Valencia: Once días de octubre, de José A. Bonilla (¿adivináis qué colectivo de zumbados por las letras nos une? A estas alturas de crónica, es una adivinanza nivel de qué color era el caballo blanco de Santiago…). Publicada por Apache, está ambientada en la fallida operación que los maquis llevaron a cabo en 1944 en la Vall d’Aran para derrocar a la dictadura franquista. Un territorio, el Pirineo, y una época, la Guerra Civil y la postguerra, que siempre me han motivado. Confío en tu pluma, colega.
Superadas las 1.500 palabras, creo que es momento de poner punto seguido. Me queda mucho que explicar: las dos charlas organizadas por la PAE en las que participé por sorpresa, la interesante relación de Shakespeare con la literatura fantástica y su influencia en grandes clásicos del género, el encuentro con una colega escritora y excelente correctora, paella, cena de gala, premios, y trayectos en taxi muy musicales («¿Qué les pasa?», me preguntó un perplejo taxista ante la incontinencia cantarina de Gemma y Greta. «Le prometo que sólo han bebido tónica», respondí).