Sobre el virtuosismo de su vocabulario y la dificultad de volcarlo al castellano merced a un término encontrado en La carretera: Un puñado de genios y el difícil arte de la traducción
Sobre la utilización de los recursos narrativos, comparando un pasaje de Hijo de Dios con otro de Elegía, de Philip Roth:
Textos mellizos
Sobre la insospechada relación inspiracional de La carretera con la Era Hyboria de Robert E. Howard:
Lo que queda fuera
Algo más ligero, sobre la diferencia entre ficción y realidad:
Contraste
McCarthy y su obra también han tenido protagonismo en reseñas y artículos que he publicado fuera de este blog. Quizás el mayor ejemplo sea el que dediqué en C, mi otra casa, a las dos obras que iniciaron la explosión del género postapocalíptico en este siglo, una de ellas La carretera:
El auge de la literatura postapocalíptica
En C también publiqué dos listas de recomendaciones en las que incluí esa misma novela debido a su enorme trascendencia:
Mis cinco mejores libros de ciencia ficciónLos (otros) 10 mejores libros de ciencia ficción del siglo XXI
La carretera merecía una crítica larga, pero no llegué a escribirla. ¿Por qué? De su lectura saqué nada menos que doce hojas de anotaciones y se me hizo evidente que no podría escribir el texto que la novela pedía hasta, al menos, volver a ella. Supongo que algún día llegará. En el blog me limité a dejar constancia de su lectura:
Al fin, La carretera
Sobre sus novelas más cortas escribí unas pocas líneas en la sección breves, donde coloco pequeños textos que me sirven como diario de lecturas:
Breves: Hijo de Dios
Breves: La oscuridad exterior
Iban a ser más, pero el fallecimiento del escritor se ha adelantado a la publicación de dos de ellas. Creo que la ocasión es lo suficientemente importante como para que, en vez de incluirlas en esa sección, las cuelgue aquí por primera vez:
Todos los hermosos caballos
El pasajero / Stella Maris
Estas dos novelas componen un díptico en torno a una misma historia, ofreciendo dos perspectivas alternativas alrededor de los personajes principales, ambas abiertas a diferentes interpretaciones. Son varias las posibilidades de lectura, la más realista y lineal de ellas, paradójicamente, dentro del género de la ciencia ficción. En la primera novela, Bobby Western visita bares y amigos, tiene conversaciones con distintos personajes mientras intenta escapar de una amenaza más intuida que evidente. En la segunda, situada años antes, su hermana mantiene sesiones con el médico que la trata en el centro psiquiátrico al que acudió voluntariamente. En ellas se desgranan interioridades de la física, las matemáticas, la música, la filosofía y otras disciplinas.
Estamos ante una novela vanguardista pero de aroma ancestral y un marcado nihilismo, en la que la fatalidad se impone a la realidad. Es también una herramienta de la que el autor se sirve para desgranar, en un ataque de erudición continuo, sus dudas sobre la existencia y el mundo tocando diferentes temas, de la transexualidad al asesinato de Kennedy. El vehículo que utiliza McCarthy para mantener estas conversaciones consigo mismo es una historia de amor incestuoso, imposibilitado por un trasfondo de ciencia ficción. Y es que las alucinaciones que padece Alicia Western bien podrían, como se sugiere en varios puntos de la lectura, no ser tal cosa.
Si antes escribí que una crítica en condiciones de La carretera exigiría relecturas y tiempo, la de Meridiano de sangre debería incluso ir más allá. Como señalé al principio, se trata de la mejor novela que he leído. Fue tal la impresión que me causó su lectura que, tras cerrar las páginas del libro, sentí el impulso inmediato de escribir el texto que enlazo a continuación:
Meridiano de sangre
Obviamente, este textito mío no se puede considerar ni siquiera un acercamiento a la magnitud de todo lo contenido en esta maravilla de la literatura. Su estudio exige, más que una reseña, por muy larga que fuera, un ensayo de decenas de páginas. Quise acercar a los lectores del blog la sensación que me embargó durante gran parte de la lectura y extraje uno de los muchos pasajes cuyo virtuosismo me había dejado con la boca abierta. McCarthy en la versión de Luis Murillo Fort, su traductor usual, se ve así:
Jinetes en la tormenta
Me es imposible reproducir aquí las páginas que Harold Bloom le dedica a Meridiano de sangre en su libro "Novelas y novelistas. El canon de la novela". Baste decir que, para este famoso crítico, la de McCarthy se cuenta entre las cuatro mayores novelas que haya dado la narrativa norteamericana. A falta de ensayo, les invito a asistir, como un alumno más, a la clase que la profesora Hungerford dio sobre esta novela dentro del curso La novela americana desde 1945 de la Universidad de Yale. Si se defienden en la lengua de Shakespeare, claro. Pueden verlo en Música en los talones o a continuación. Aquí les dejo las dos partes, así que activen los subtítulos y disfruten:
Y acabo. Creo que casi todo lo que quería decir ya está contemplado en alguno de los enlaces que he desperdigado a lo largo de esta entrada. Cormac McCarthy, mi escritor favorito de todos los tiempos, ha muerto. Desde mi primer encuentro con su obra, libro tras libro, una convicción fue afianzándose en mí. De otros escritores, por muy grandes que fueran, siempre pensé con optimismo que, con desempeño y décadas de oficio, uno podría acercarse a su manera de escribir o, al menos, a imitarles sin quedar en ridículo. Con McCarthy, me di cuenta desde el principio de que eso no era así. Fui consciente, desde aquel primer libro, de que su talento era irrepetible, inabordable, que uno podría igualar o incluso superar su dedicación, ese trabajo que configura el 90% de la escritura, pero que jamás llegaría a poder imitar ese toque único, la prosa mccarthyana. En sus novelas fue un Faulkner sin adornos, el maestro de las subordinadas camufladas de coordinadas, de las largas secuencias. La escritura, la forma como entidad autosuficiente, sostenedora, si hubiera sido preciso aunque nunca fue el caso, de la obra por sí sola. No sé cómo lo hacía, pero el resultado era fascinante. Se va Cormac McCarthy, pero, como decimos siempre que muere un gran literato, quedan sus libros, para ser leídos y releídos mientras el concepto de libro tenga aún sentido.