Es sumamente raro que estas situaciones se aireen fuera de las cuatro paredes en las que se desarrollan. Pertenecen al núcleo de intimidad de la pareja y apenas rebasan esa barrera de ignominia, dolor y vergüenza que causa en la parte afectada, que las soporta confiando en que se trata de un episodio excepcional o por mantener la ficción de normalidad familiar ante los hijos e, incluso, ante la indefensión que se vislumbra tras una ruptura definitiva y sin recursos. Todo se aguanta hasta que ya no se puede más y estalla un conflicto que viene de antiguo. Como el caso que está de actualidad en comentarios de la calle, en tertulias diversas, en noticiarios y medios de comunicación y hasta en los rumores y bulos de peluquería. El caso de Juana.
No sé cómo acabará esta desagradable historia ni qué futuro aguarda a Juana. Pero me pongo en su piel y espero que, con ayuda de la repercusión social y mediática, la Justicia se quite la venda de los ojos y dicte con sensibilidad una solución que no perjudique aun más a una madre a la que golpean, no sólo su exmarido, sino también el infortunio, la desesperación y el Código Penal. Hay que ponerse en su piel para comprenderla.