En la red de Cartarescu

Por Ninyovampiro @ninyovampiro


Tengo que haceros una confesión. A veces, al terminar un libro y ponerme a pensar en la correspondiente reseña, me entra una especie de tembleque. ¿Lo habré entendido, siquiera mínimamente? ¿Meteré la pata si me aventuro a hacer una interpretación personal sin antes contrastarla? Esto que me parece que es lo que el autor quiere decir, ¿no resultará en realidad una memez, dado que he pasado por alto un dato crucial para entender la obra? Son los temores y complejos del diletante de la literatura, que jamás ha leído a Barthes, que nunca se ha molestado en intentar comprender el constructivismo ni el posmodernismo, y que se ha pasado la vida encerrado en un demodé y claudicante yomismo. Por eso, ante el riesgo de convertirme en el hazmerreír de la blogosfera, no pocas veces decido que más vale pasearse por otros blogs, foros, amazones y wikipedias, para así enmendar mi infantil lectura y maquillarla con la opinión y el lugar común socialmente aceptados.
En ocasiones, sin embargo, las sensaciones que nos transmite un libro son tan poderosas, viscerales e inefables, que uno decide hacer de su capa un sayo y soltar su opinión con desfachatada chulería. Cuando un libro nos conquista y confunde como lo ha hecho conmigo Lulu, uno pierde el miedo al ridículo. Por eso, en esta ocasión he decidido lanzarme al ruedo como espontáneo, y sólo después de la faena me dignaré a leer otras opiniones o, sencillamente, la introducción. Así que valor...
Perdóname, Literatura, por no haber leído a Barthes
Escrito antes de leer otras opiniones
Hace unos días, me di cuenta de que nunca acabaría el libro que estaba leyendo (con el que además cerraba de manera desafortunada una hasta entonces muy exitosa racha de novela inglesa), y había llegado el momento de decirle adiós y empezar otra novela y quizá, quién sabe, otra "temporada". Me encontraba en la biblioteca de la Vila Olímpica, donde, al no ser la mía habitual, pude recorrer las estanterías y arramblar con todo aquello que me llamaba la atención. Entre los nueve libros que cogí, había dos de un autor al que hacía tiempo le tenía echado el ojo: Mircea Cartarescu.
 No es un cantautor de los 70, sino un gran esritor
Dentro de lo relativo que puede ser el éxito internacional de un autor rumano, parece que Cartarescu está causando una especie de sensación en la novela europea. Está considerado el mejor autor rumano contemporáneo y, a juzgar por estas dos novelas que he leído, parece haber sabido, como se suele decir, asimilar la tradición, rumiarla y digerirla bien para luego, y esto no se dice tanto, regurgitarla en una nueva forma, personal, coherente y violentamente brillante. Su novelita El ruletista, que quizá reseñe en otro momento, es una joya de apenas sesenta páginas que nos remite al Joseph Roth más alcoholizado y al Nabokov más juguetón. Y esta Lulu (obsérvese que va sin acento; Lulu parece ser un nombre masculino), obsesiva, enfermiza y aracnofóbica nos hipnotiza tanto como nos repele.
Yo yacía allí, carente de voluntad, era solo un ojo del que colgaba, como un harapo, el resto del cuerpo, un único ojo grande y transparente, clavado en los ocelos de la bestia, fascinado e iluminado por aquel sol salvaje de ocho rayos, por aquel sol criminal con garras de sarcopto.
(Con Lulu se aprende mucho de la morfología de la araña)
A muy grandes rasgos, Lulu nos cuenta, si lo he entendido bien, no la caída, sino la estancia en el infierno de Victor. Hoy escritor de éxito, Victor parece sufrir de esquizofrenia, y nos habla desde una especie de sanatorio en las montañas, adonde ha ido a convalecer e intentar recuperarse. El escenario le hace recordar el viaje escolar que hizo con sus compañeros de instituto justo hace 17 años, la mitad de su vida, a una residencia en el campo. Allí tuvo lugar una experiencia que le marcó o, quizá (y aquí me arriesgo) le hizo a su vez recordar otra experiencia, aún más traumática, que sufrió antes aún de que pudiera recordar y se formara su yo.

Poco más puede decirse de la trama. Es, sin embargo, el lenguaje y el estilo de Cartarescu lo que hace de esta lectura una obra excepcional. Con su escritura oscura, obsesiva, esquizoide, con sus continuas referencias al horror de la mente aprisionada en el horror del cuerpo, es difícil no reconocer en Victor al adolescente atormentado que fuimos, que siente repulsión ante lo que llaman vida, un adolescente que en la lectura no busca consuelo, sino la confirmación de sus pesadillas; que anhela descender todavía más en el infierno, degradarse, humillar su cuerpo, arrastrar su indignidad humana por el fango, sabedor de que en él está la semilla de un genio que un día será recordado por el Libro. El arte no será nuestra salvación, ni siquiera el último reducto de nuestra dignidad, pero no hay nada más, ni aquí ni en ninguna parte.
Siento aquí un trauma antiguo, engañoso, escondido bajo miles de capas de piel, cegador como la perla entre las lenguas de la ostra. Cuanto más me ensaño con él, más me espanta la idea de que no corto un tumor, sino un órgano vital, como si el texto fuera mi verdadera vida y yo mismo, tan solo una ilusión.
Como veis, el libro es una paja mental en toda regla, donde a la soledad y al horror ante la vida y ante el propio cuerpo, se unen el tema de nuestra doble naturaleza, masculina y femenina, y la amputación de una de ellas, así como el símbolo de la araña y su presa atrapada, inmovilizada y devorada viva.
Y llega el final, y uno no sabe cómo interpretarlo. ¿Se trata de un final tan prosaico como parece? ¿Debemos ampliar nuestros conocimientos de medicina teratológica? O, por el contrario, ¿se trata sólo de palabras? ¿Me pierdo algo muy evidente? ¿O no hace falta que le dé tantas vueltas?
El título original. No me digáis que esa portada no es para confundir
Escrito después de leer otras opiniones
Quizá debería haber hecho este experimento de reseña-antes y reseña-después con otro libro. Para mi desazón, parece que más o menos he "entendido" el libro. Tras haberme paseado por otros blogs, parece que, por lo menos, no he metido la pata de manera escandalosa. Por lo visto, a veces los libros, incluso aquellos tan extraordinarios como Lulu, nos cuentan lo que creemos que nos cuentan, y es una tontería buscarle tres pies al gato. Me siento un poco decepcionado, la verdad. ¿Conmigo mismo, o con los otros lectores de esta obra? No lo sé. ¿Esperaba quizá que mi reseña fuera tan aventurada y absurda que diera pie a una profunda reflexión sobre el papel del lector como creador? ¿Quizá pretendía con este juego simplemente humillarme? ¿O lo que lamento es que los demás hayan hecho lo mismo que yo y se hayan quedado en la lectura más obvia?
Enmienda, o acelerada contrareflexión final
El caso es que, pensándolo bien, al pasearme por esos otros blogs no he encontrado tan sólo la confirmación de mis impresiones, sino que también, y como sucede con los buenos libros, me he puesto a darle vueltas otra vez. Y como hoy me he propuesto no hacer trampa, no voy a modificar lo que he escrito más arriba y presentar mis nuevas ocurrencias como evidentes. A lo hecho, pecho.
Varios blogs citan la primera línea del siguiente párrafo: 
Si la escritura es, como dicen, una terapia, si puede curar, debería poder hacerlo ahora. Voy a emborronar una página tras otra, voy a utilizar las hojas como vendas impregnadas no de tinta, sino de lo que mi vieja herida supura. Quizá, finalmente, todo se empape en ellas y, a medida que se vuelvan más y más purulentas, más burbujeantes, yo mismo me vaya vaciando de veneno.
Si de ahí damos un salto a la última palabra del libro, nos damos cuenta de que quizá sí hay esperanza. Quizá el infierno en la tierra es temporal. Es cierto que no se conoce el caso de insecto alguno que, una vez atrapado en seda, paralizado y cubierto de jugos digestivos, haya conseguido escapar de los mortales quelíceros, pero no debemos..... Bueno, como veis ahora soy yo el de la paja mental. Pero es que Lulu se lo merece.