Texto participanteen convocatoria.
Perdida en un pequeño pueblo y sin las pertenencias que suelen identificarnos, pues me había desaparecido la mochila con dinero, tarjetas, teléfono, agenda…, andaba de un lado a otro sin rumbo y desprotegida.Mientras esperaba duplicados de los documentos más importantes, me dediqué a conocer el lugar y sus gentes. Poco a poco, lenta, sutilmente, fue entrándome en el alma la calidez y la tranquilidad de la naturaleza que nos rodeaba. Aguas tumultuosas que se remansaban bajo las ramas de los árboles. Chiquillos con el cuerpo al sol y la mirada vivaz. Mujeres que transitaban con pesados fardos a la cadera o en la cabeza. Pescadores balanceándose sobre frágiles barquichuelas.
En un rincón encontré un cyber. No podía creer que pudiera comunicarme desde aquel lugar, dentro de una selva inmensa. Pues sí. Cual no sería mi sorpresa cuando después de entrar, observo unos rústicos cubículos y en ellos cuatro ordenadores. Varios adolescentes, algunos descalzos, otros sin camisa, jugaban y chateaban como cualquier internauta del
resto del planeta.
Pregunté al encargado si tendría una cámara de fotos para prestármela.
—Of course, mademoiselle, in un áttimo. É lei italiana?, Parle vouz francais? Don’t worry—, me dijo con elegancia y un extremo “savoir fare”.
Embriagada de alegría, como niña con juguete nuevo, salí a la callejuela. Click!, niños. Click!, pescadores. Click!, río marrón, oscuro y enorme. Click!, mercado de verduras. Click! ancianos a la sombra de una mágica seiba, Click!, click!, click!...
Ahora juego entre los niños, chateo con amigos lejanos y practico idiomas al borde del río. Allí también me baño, mientras el agua, como chocolate, me lava la ciudad que tenía grabada en la piel.
Texto: Virginia González Dorta