Muy Fútbol estuvo dentro del Metlife Stadium para presenciar el histórico triunfo de Argentina frente a Brasil este último sábado, y te cuenta cómo se vivió la fiesta desde las tribunas.
Desde bien temprano se empezó a poblar el estacionamiento de las instalaciones que habitualmente utilizan los Giants y Los Jets, equipos de fútbol americano. A pesar de ser una sociedad no habituada a este soccer, las más de 80.000 entradas se agotaron con bastante anticipación. En la previa, el color estaba cerca de los autos. Familias enteras que sacaban heladeritas y almorzaban antes de entrar, cientos de jóvenes con pelotas de fútbol intentando copiar los movimientos de Messi o Neymar, y por supuesto los infaltables vendedores ambulantes, que no desaprovecharon su oportunidad de hacerse unos dólares extra. La perlita fue un muchacho, evidentemente desorientado, que ofrecía posters de… Cristiano Ronaldo…
La decoración mayormente estaba compuesta por camisetas de fútbol. Por supuesto que predominaban la verdeamarelha y la blanquiceleste, pero también había de Colombia, Paraguay, Perú, México y Chile entre otros, demostrando que se trataba de una oportunidad única, más una fiesta latinoamericana que un simple clásico sudamericana. Más que curioso resultaba ver camisetas de todas las épocas, tal vez reflejo del momento en que muchos de los asistentes abandonaron su país natal.
Al entrar a la cancha, la primera sorpresa, chocante para la realidad actual del fútbol argentino pero atractiva visualmente. ¿De qué se trata? Sencillo, no hay alambrados. Parece un detalle, pero cambia completamente la forma de apreciar el juego. Ojalá algún día dejen de hacer falta en Argentina…
Con la salida de los equipos se vivieron las primeras ovaciones, en especial por supuesto para Lionel Messi, tal vez como presagiando lo que iba a suceder. A medida que pasaban los minutos, comenzó a notarse algo que suele ser una constante cuando juega la Selección, pero que se acentuó al tratarse de un país como Estados Unidos: el hincha promedio del combinado nacional no sabe de fútbol. No conoce a los jugadores, malinterpreta las decisiones arbitrales, grita los goles antes de que ocurran (considerado pecado para algunos ortodoxos), realiza comentarios tácticos hilarantes… Sin embargo, el color que le da la presencia de la familia en la cancha, compensa por demás esta deficiencia.
Llegó el momento de los goles, que por suerte fueron bastantes. Por turnos, los respectivos hinchas saltaron, gritaron, se abrazaron, flamearon banderas, y por supuesto cargaron a los rivales. Porque, sí, aunque parezca inverosímil, en todas las tribunas estaban intercalados los unos y los otros. Todo con el más absoluto respeto y camaradería, dentro del marco amistoso de la contienda.
La única mancha la protagonizaron, cuándo no, los inadaptados de siempre, esos que tiñen de violencia las canchas argentinas domingo tras domingo y vaya uno a saber cómo se las arreglaron para llegar hasta New Jersey. En el entretiempo, mientras el público disfrutaba de la actuación de un grupo de tango y una batucada, la “barra” argentina protagonizó un altercado con la seguridad del estadio, que por suerte no pasó a mayores, para alivio del resto de la tribuna.
Con el silbatazo final, se desató la algarabía argentina. Abrazos al por mayor, agradecimientos y reverencias de todo tipo y color para los jugadores, y una retirada a todo volumen con los clásicos cánticos “Argentina, Argentina” y “Despacito, despacito, despacito…” como hits de la tarde. A pesar de la derrota, los brasileños no perdieron su estirpe: seguían danzando al ritmo de la samba que sonaba en los equipos de música de los autos. Al fin y al cabo, alegría nao tem fim para ellos. Esto a pesar de que fueron derrotados por Argentina en la cancha… y en las tribunas.