Cuando aludimos a la muerte de la originalidad lo hacemos sin ser conscientes de todo lo que ese hecho abarca, de que los efectos de su ausencia van más allá del propio término y se extienden a conceptos complementarios que derivan de él. El más importante es, sin duda, el que concierne a la consecuente disminución de la belleza, pero hay otro en el que la falta de originalidad repercute por pura lógica: la singularidad. Hoy en día, todo lo que parece fresco y tiene éxito es replicado automáticamente hasta la saciedad, hasta que por puro hastío se logra anular la emoción del descubrimiento implícita en la obra, o por decirlo de otro modo, su unicidad. El capitalismo voraz, la globalización uniformadora, una pérdida generalizada de imaginación..., busquen las causas donde ustedes quieran, pero lo cierto es que vivimos en un mundo en el que se copia hasta la saciedad lo diferente en cuanto ha triunfado. El campo del arte popular ofrece multitud de ejemplos: zombies, relaciones sadomasoquistas, fantasías dragoneras o fines del mundo, catorce mil modas diseñadas al socaire de un éxito pionero cuya idea original termina siendo asfixiada por el elevado número de réplicas.
El bosque no juzga, pero impone sus normas.
Si la naturaleza piensa, los paisajes son la expresión de sus ideas.
He sufrido en la nieve y olvidado el esfuerzo en la cima.
Quiero echar raíces, ser tierra despues de haber sido viento.
No hay nada como la soledad. Para ser feliz del todo, sólo me falta alguien a quien explicárselo.
Esta última sentencia irónica expresa, de manera ingeniosa, la misma conclusión propuesta en la adaptación cinematográfica, latente en el libro. En su significado profundo, la obra de Sylvain Tesson es una apuesta por la necesidad del otro. En el superficial, pues el autor no deja de sugerirlo, es una denuncia contra el tipo de civilización que estamos construyendo, a lomos de una tecnología descontrolada y un sistema capitalista que coloca el concepto de humanidad por debajo del de beneficio, el respeto a la naturaleza siempre por debajo de la comodidad. Creo que desde esa perspectiva, esta obra de Sylvain Tesson es un pequeño fracaso. Un libro que busca la experiencia genuina adulterándola, que denuncia en gran parte el consumismo y lo mercantil y acaba generando un documental, una película y un cómic, cuatro productos puestos a la venta en busca de beneficios. Porque el arte es cultura, pero también industria. La mayor cota de interés de esta propuesta se encuentra en una cuestión artística ajena a la idea central, en el hecho de que las adaptaciones triunfen donde el libro no lo logra del todo. Y que lo hagan, precisamente, utilizando la estrategia de recortar al autor, de reducir su presencia en la obra para lograr algo que ésta no logra en origen: autenticidad.Sylvain Tesson es una especie de fenómeno cultural en Francia y un ejemplo de productividad. Cuando publico este texto se estrena en los cines españoles Mi camino interior, una nueva adaptación de una de sus obras que cuenta con el usual carácter autobiográfico. En ella se narra cómo el escritor aventurero tiene un accidente que lo deja en coma y le empuja, en busca de la recuperación, a recorrer caminos solitarios y senderos olvidados. El producto vuelve a ser él, una vez más, la estrella en el centro de la historia. Si no se conoce el historial de Tesson, sus relatos son indudablemente atractivos, pero si ya han leído sus entrevistas o visto algunas de las obras creadas en torno a su persona, es difícil no verse atacado por un cierto cansancio y una continua sensación de impostura. Como primer acercamiento, y si les interesa más el arte que los hechos reales en los que se basa, yo les recomiendo que acudan a las adaptaciones del libro que centra este artículo. No van a contribuir mucho a la máquina consumista, ya que pueden encontrar el título original en una biblioteca, ver la película de Safy Nebbou subtitulada gratis en youtube y comprar el cómic actualmente en oferta, a un precio ridículo para la calidad que atesora, en cualquiera de las grandes tiendas de internet.