El miércoles, con la noticia, me temblaban las piernas. Pero al buscar la proximidad en sus palabras, al encontrarme con lo que Luis Mansilla escribió en la dedicatoria de su tesis Apuntes de viaje al interior del tiempo, publicado por la Caja de Arquitectos, el temblor se convirtió en sobresalto: “A mi abuelo Luis, oculista, entre cuyos aparatos ópticos crecí. Murió como a todos nos gustaría morir, de improviso, mientras dormía, la misma mañana en la que debía partir hacia Roma y comenzar esta tesis que ahora le dedico. Conmigo llevé sus antiguas guías de Italia originales Badoeker de 1870 que el día anterior me había regalado”.
No es una premonición pero estremecen sus palabras, si bien hay en ellas algo que hoy también resulta consolador. Acompaña a esta dedicatoria en otra página una constelación de iniciales. ET, por Emilio Tuñón, CP, por su mujer Carmen Pinart. Cabe también pensar que otras aluden a Juan Navarro Baldeweg, a Enric Miralles, a Pedro Feduchi, a Alvaro Soto… a mí mismo, como me hizo saber al envolver mis iniciales, RM, en un círculo… La dedicatoria muestra la sensibilidad de Luis. Su tesis, resultado de un viaje a Suecia siguiendo a Asplund que más tarde se prolongó en Roma, nos hace sentir todavía la presencia de Luis a través de aquellas imágenes que lo atraían. No hay dibujos suyos, pero está repleta de los de otros que describen precisamente su modo de entender la arquitectura.
Se le veía contento. Disfrutó de muchas de las cosas que la arquitectura puede dar. Era una persona sofisticada en la elección de todo aquello que lo rodeaba, sofisticación que trasladaba al tono que quería para su arquitectura. A pesar de la madurez de su trabajo, no había perdido la condición juvenil, casi de estudiante, que llegaba a ser grácil, de una frescura adolescente. Seguramente Luis Mansilla ha estado muy atento al trabajo de su mujer, la pintora Carmen Pinart, con quien compartía una sensibilidad común. Estaba contento con sus hijas. Se puede decir que tuvo una vida plena. Pero también que le hubiera apetecido hacer muchas otras cosas. También a nosotros que las hubiera hecho. Las ocupaciones a las que nos lleva la vida cotidiana hacían que nos viésemos menos ahora y su inesperada desaparición hace que se despierte la conciencia del mal uso que hacemos de nuestro tiempo. Siento no haber podido compartir con él una visita al hotel Atrio de Cáceres. También me hubiera gustado enseñarle los trabajos que estamos haciendo en La Mejorada.
Lo recuerdo dibujando el edificio de La Previsión Española, el aeropuerto de Sevilla, el Museo Thyssen Bornemisza, la Fundación Miró y tantas otras obras. Vivió con nosotros cuatro meses mientras estábamos en Cambridge. Luego, ya en la década de los noventa, la mayoría de edad y los primeros encargos dieron lugar al comienzo de su carrera independiente: la unión de dos personas que sentían de un modo común pero con cualidades diversas. Emilio Tuñón tiene unas grandes dotes de arquitecto. Luis tenía la capacidad de pensar en todo aquello que la arquitectura puede expresar. Ha sido la feliz conjunción de estos dos arquitectos la que ha dado lugar a una obra propia, singular y atractiva, valorada dentro y fuera de España. La obra que hasta ahora han construido siempre fue sólida y fresca, madura desde el principio. Con el MUSAC abrieron la visión de lo que iba a ser la nueva idea figurativa de los noventa: no ligada a problemas estructurales o formales sino deudora de la nueva cultura digital que da lugar a una nueva versión de la obra abierta.
Hace dos semanas me pidieron de la Glasgow School of Art una referencia porque querían nombrar a Tuñón y Mansilla profesores honorarios. Terminé la carta diciendo que era difícil encontrar otros dos con tanto mérito. Cabía esperar grandes cosas y seguro que el estudio las logrará. Por simpatía, en el sentido etimológico del término, por ese contacto diario con Luis, algo de las virtudes de Luis está ya en Emilio. Y aunque la triste pérdida haga inevitable establecer un antes y un después, sería una gran cosa que el trabajo del estudio se produzca sin discontinuidad>>.(Rafael Moneo.cultura.elpais.com)