Me acerqué a Moguer movido por dos impulsos: el primero fue comprobar si era verdad la retahíla aprendida en mi niñez de que Colón en su gesta del Descubrimiento partió desde Palos de Moguer tras haber orado en el Monasterio de la Rábida. ¿Palos de Moguer? Por más que buscaba una localidad con este exacto nombre no la encontraba por ninguna parte. La segunda razón, naturalmente, era Juan Ramón. Ya años atrás quise pasear por la localidad que le vio nacer y no me fue posible, así que en esta ocasión, y como se dice ahora, lo haría sí o sí.
Monasterio de la Rábida (Huelva)
A no más de 10 ó 12 kilómetros de Huelva, donde me alojaba, se encuentra el Monasterio de La Rábida donde Colón se alojó, pidió la intermediación de los frailes franciscanos Antonio de Marchena y Juan Pérez ante los Reyes Católicos, allí dejó a su hijo Diego a cargo de los frailes y desde el embarcadero, hoy llamado de las Carabelas, se lanzó a lo desconocido. ¡Ah!, ¿pero no había partido de Palos de Moguer? La realidad es que "Palos de Moguer" es un falso topónimo creado por el desconocimiento que algunos de los primeros cronistas del Descubrimiento (Gonzalo Fernández de Oviedo y Francisco López de Gómara, ambos de la primera mitad del XVI) tenían de la zona y que creyeron que Palos era tan sólo el puerto de Moguer, localidad antigua de la que ya Ptolomeo habla, próspera y muy cercana a éste (la verdad es que Palos no aparece citado hasta el s.XIV y sólo como una zona despoblada y con una torre de vigilancia).Pero si Moguer se quedó sin el mérito del Descubrimiento alberga en él otro no menos importante, el de ser la cuna del mayor poeta español del siglo XX, Juan Ramón Jiménez, que vio la luz el 23 de diciembre de 1881 en la calle de la Ribera, hoy llamada Calle de Juan Ramón Jiménez y sede de la Casa-Museo Zenobia - Juan Ramón Jiménez. Los moguereños se han esforzado en dar lustre a su hermoso pueblo mediante la ubicación en los lugares adecuados de unas placas de azulejo en las que aparecen textos juanramonianos referidos a la localidad. Pasear por el encalado Moguer, por sus estrechas calles que sirven para alcanzar los portales de las casas que se extienden hacia adentro en espaciosos zaguanes, traspasar las cancelas de herrería y descubrir esos patios típicos andaluces, morunos en su origen, es una auténtica gozada para la vista. Y si a este sentido le añadimos el disfrute proporcionado por los oportunos textos entresacados de la obra de JRJ, de su "Platero y yo" el placer se eleva sinestésicamente al infinito.
Son muchos los textos esparcidos por la localidad con motivo especialmente de haberse celebrado en 2014 el "Año Platero" al cumplirse el centenario de la aparición de esta obra que por tratar sobre un pollino amable, blando, peludo y como de algodón se clasifica para niños, pero que quienes la hemos leído -y hasta el mismo Juan Ramón lo decía- no la consideramos así dada su dificultad:
Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, está escrito para... ¡Qué sé yo para quién!..., para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!Este estar donde anduvo el poeta, pasear por las plazas de su pueblo, tocar en su casa alguno de los objetos que quizás él también tocara, hizo que continuamente su poema "El viaje definitivo" rondase por mi cabeza mientras estuve donde Juan Ramón en un pasado ya algo lejano e ido vivió
"Dondequiera que haya niños- dice Novalis-, existe una edad de oro". Pues por esa edad de oro que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer! ('Advertencia a los hombres que lean este libro para niños', Madrid, 1914)
… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaroscantando;y se quedará mi huerto, con su verde árbol,y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;y tocarán, como esta tarde están tocando,las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;y el pueblo se hará nuevo cada año;y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,mi espíritu errará nostáljico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbolverde, sin pozo blanco,sin cielo azul y plácido…Y se quedarán los pájaros cantando.(Tomado de «Corazón en el viento», en Poemas agrestes, 1910-1911.)He aquí algunas de las placas de azulejos que adornan la localidad e ilustran al visitante
La casa Museo Zenobia - Juan Ramón