«En Oriente el feminismo es una forma de supervivencia para las mujeres»

Por Ne0bi0 @buenosviajeros
La periodista Txell Feixas (Barcelona, 1979) habla sobre feminismo a través de la publicación de su nuevo libro, 'Mujeres valientes' (Península): una recopilación de trece testimonios femeninos que relatan la forma en que la cotidianidad transita, en Oriente, alrededor del difícil equilibrio surgido de la elección entre jugarse la vida o la dignidad.¿Cómo se puede reconocer a una mujer valiente? Su existencia -y resistencia- transcurre en un sistema que trata de sojuzgarlas día tras día y contra el que, sin embargo, no dudan en continuar peleando. La exclusión erige incluso la imposibilidad de trabajar en oficios vetados simplemente por su sexo. Aquí todo continúa en juego.

Básicamente escuchándola, intentando evitar que tus prejuicios o tu propia idea de valentía te impidan reconocer el coraje de la persona que tienes al lado. Cuando hablamos de estas mujeres, la mayoría anónimas, hacemos referencia a heroicidades cotidianas que para ellas son absolutamente normales y no tienen nada de admirable. No son mujeres valientes porque decidan serlo, sino porque no tienen alternativa si quieren sobrevivir. No son feministas porque así lo escojan, sino porque para muchas es la única manera de no morir. Cuando he comentado a alguna de las protagonistas que iba a formar parte de este libro titulado Mujeres valientes, la reacción ha sido de sorpresa e incredulidad, de media sonrisa desconfiada; se preguntaban si me estaba burlando de ellas. Muchas no ven ningún mérito en lo que hacen, solo la única manera de sortear un sistema patriarcal y machista en que bien morir o bien terminar muerta en vida.

¿De qué modo cree que afectará la toma de Afganistán por parte de los talibanes a la situación de las mujeres en Oriente?

"Periodistas que han trabajado allí advierten del enorme riesgo de que se vaya ejecutando un régimen cada vez más brutal contra mujeres y niñas"

Actualmente, ¿hay espacio para ser valiente en países como Afganistán?

Lo más prudente sería esperar un poco para, así, poder ver cómo el gobierno tomado por los talibanes aplica e interpreta la ley islámica. Es muy posible que, sabiéndose monitorizados por los focos mediáticos globales, estos lobos muestren durante un tiempo una falsa piel de cordero. Esto se suma al riesgo de que la comunidad internacional compre interesadamente esta imagen y se desentienda, de nuevo, de los afganos. Periodistas y compañeras que han trabajado allí de forma reiterada advierten del enorme riesgo de que se vaya ejecutando un régimen cada vez más brutal contra mujeres y niñas, apartándolas sobre todo de su derecho a la formación y al trabajo, pero también encerrándolas en casa argumentando, como ya lo hicieron antes, que es por su propia seguridad. Asimismo, sin embargo, con el gobierno afgano en el poder se publicitaron unas mejoras sobre estos colectivos que servían para justificar la presencia de tropas internacionales, pero éstas no estaban tan implantadas como se pretendía mostrar. En todo caso, es seguro el retroceso de los tímidos avances conseguidos en estos veinte años; es sin duda una mala noticia para una región donde algunos países fundamentalistas -o en proceso de radicalización- sueñan con hacer lo mismo.

¿Es posible hacer algo por ellas desde aquí?

Siempre hay espacio para decidir ser valiente. Pero en escenarios como este, el riesgo de que te maten -o desaparezcas- tan solo por intentarlo es elevado: en los primeros días, tras la entrada de los talibanes en la capital [Kabul], algunas conocidas activistas afganas despertaron con las fachadas de sus casas marcadas por un círculo; un aviso evidente de que era mejor que se callaran.

Si en Occidente las mujeres podemos combatir el patriarcado con la ley y la independencia de nuestro lado, ¿cómo lo hacen ellas?

Desde Occidente deberíamos acompañar a las valientes mujeres de esta región, no adoctrinarlas o juzgarlas. Deberíamos aprender de su coraje y difundir el feminismo que arraiga en esta zona, muchas veces invisible y sin altavoces. La del feminismo, al fin y al cabo, es una lucha compartida por todas.

¿Hasta qué punto se juegan la vida?

Muchas combaten el patriarcado desafiándolo con acciones que a menudo son muy simples, pero también especialmente peligrosas para el sistema que las machaca. Es el caso de una madre afgana, Khadija, que decidió que su cuerpo le pertenecía y que, por tanto, tendría una hija, a pesar de las posibles consecuencias. Un poder de decisión que también recuperó una mujer libanesa, Melissa, a la hora de abortar, pese a ser un delito castigado con la pena de cárcel. Otra forma de luchar es contar al mundo lo que te pasa, como ocurre con Fatma, la niña a quien casaron con su violador. Lo mismo ocurre con Hiyam, una adolescente secuestrada que terminó como esclava sexual de Dáesh. Son mujeres que combaten denunciando, superando el tabú y el estigma; mujeres que destierran el silencio que las quiere calladas.

Lo cierto es que se juegan la vida hasta el punto de perderla; a muchas ya no les importa si el objetivo final es defenderse. Se ponen en riesgo para que no les roben lo único que aún les queda: la dignidad. Y lo luchan para sí mismas, pero también para sus compañeras presentes y futuras, para que las nuevas generaciones de mujeres no sufran lo mismo que ellas. Prefieren dejar de vivir combatiendo antes que hacerlo silenciadas, censuradas, humilladas o asesinadas.

En relación a las mujeres, ¿cuáles son los derechos que se infringen en su existencia cotidiana?

"Son mujeres que combaten denunciando, superando el tabú y el estigma; mujeres que destierran el silencio que las quiere calladas"

¿Qué papel cree que desempeña el feminismo de las sociedades más avanzadas respecto a la lucha de las mujeres en territorios más hostiles?

En muchos de los casos del libro se niega a la mujer el derecho a existir, la oportunidad de tener una vida libre de violencia en sus múltiples variantes: física, psicológica, familiar, laboral, social, política, sexual. En la región, además, la mujer y su cuerpo son, a menudo, otra arma de guerra. Las atacan para dañarlas a ellas y a los valores de las comunidades a las que pertenecen. En casos como el de Hiyam los yihadistas sabían que las destrozaban a ellas, provocando además que su propio pueblo las repudiase posteriormente. Actos de guerra deliberadamente planificados que no se castigan y están prácticamente normalizados pese al gran dolor que provocan.

Las feministas de Oriente se juegan la vida a diario cuando cierto sector feminista de Occidente está enrocado en cuestiones como el lenguaje inclusivo. ¿Puede reducir esto, en parte, la legitimidad de las ideas feministas?

Lo ideal sería perfilarse como un referente del que aprender tanto los aciertos como los errores, pero muchas mujeres de este lado del Mediterráneo tienen la sensación -no siempre desencaminada- de que desde Occidente queremos aleccionarlas. Y entonces escuchas frases como "nuestro velo es vuestra talla 36". La sensación de que a veces queremos salvar otros mundos sin salvar antes el nuestro no ayuda. En las sociedades más avanzadas a veces pasan cosas iguales -o peores- que en Oriente, con el agravante de que aquí tenemos mucha más información y concienciación en términos feministas.

Entiendo que contraponiéndolo pueda verse así, pero cada lugar tiene que hacer su propia lucha al ritmo que pueda. En Oriente, tristemente, la batalla se da a menudo por cuestiones tan básicas como no morir por el propio hecho de ser mujer. En Europa, mientras tanto, intentamos avanzar con otros debates, muchos importantes, porque por suerte ya hemos superado algunas cuestiones. Sin embargo, no creo que las feministas orientales pierdan el tiempo criticando los objetivos que perseguimos al otro lado del Mediterráneo; bastante trabajo tienen.

¿Qué criterio escogió para dar voz a estas trece mujeres y no a otras?

"Emprender el cambio cultural es imprescindible para avanzar y pasa también por transformar las mentalidades de quienes están en el poder"

Sin embargo, para que esta situación que usted recoge en los testimonios se erradique, ¿no deberían intervenir los gobiernos?

Cuando empecé el libro ya tenía claramente escogidos los nombres de las mujeres que lo protagonizarían. Me habían sacudido al conocerlas, se me habían incrustado en la cabeza y en el corazón y, de alguna manera, ya formaban parte de mi persona. Pero es verdad que, a su vez, muchas otras se quedaron fuera. Me acuerdo de que justo cuando el libro entraba en imprenta regresábamos de un viaje a Iraq donde conocimos el caso de un par de chicas que vivían juntas a escondidas, corriendo un gran riesgo con su bonita historia de amor. Son 13 mujeres, sí, pero habrían podido ser miles de ellas. Simplemente hay que querer verlas y escucharlas.

Es posible que ayudase la posibilidad de desbancar la religión del espacio central de los países, como se hizo en Europa con el cristianismo. Pero, ¿es una posibilidad?

Totalmente. Emprender y fortalecer el cambio cultural -imprescindible para avanzar- pasa también por transformar las mentalidades de quienes están en el poder. Si este colectivo no está formado en los derechos de las mujeres -y este, aquí, no es un plato de buen gusto para muchos gobiernos- hay poco que hacer. En todo caso, la obligación de un Estado es el de garantizar la prevención, la divulgación, la protección y la sanción frente a las violaciones contra nuestro colectivo.

¿En qué se diferencia el patriarcado de estos países que usted retrata con el patriarcado occidental?

Los tentáculos religiosos tienen igual o más poder que los políticos; muchas veces son los mismos poderes. Durante décadas, estas estructuras patriarcales y machistas han inoculado a su gente que el feminismo es un germen peligroso para la sociedad, algo heredado del colonialismo o un tipo de moda occidental. Han estigmatizado el feminismo sabiendo que si una mujer no conoce sus derechos nunca va a reclamarlos. Y esto, que durante mucho tiempo les ha funcionado, ahora ya no hace el mismo efecto. Con la conectividad y la globalización la lucha feminista se ha vuelto más transversal, llegando a distintas franjas de edad, clases sociales, confesiones religiosas. Tengo más esperanza en el despertar de la conciencia de estas mujeres que en la posibilidad de desbancar la religión de unos países que, justamente, se sustentan en sistemas sectarios religiosos. Para estas mujeres, el feminismo es la única esperanza frente a los autoritarismos.

Aparte de las armas, ¿qué más hace falta para derrotar la ideología de este extremismo?

Para mí el patriarcado es igual de nocivo y letal en todos los sitios; es igual de implacable.

Sobre todo formación e información; el conocimiento nos empodera. También es fundamental acabar con situaciones de injusticia y pobreza estructural de que se alimenta el extremismo. Cuando visitas sitios como Raqqa, en Siria, puedes entender por qué jóvenes sin presente -ni futuro- son reclutados por una ideología que en muchos casos ni siquiera conocen.

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