La capital de Noruega, Oslo, cuenta desde hace unos días con una autopista para abejas y abejorros. La iniciativa la ha tomado la Sociedad de jardinería de la capital cuya idea era crear una ruta por las calles de la ciudad de manera que los polinizadores tuvieran suficiente alimento durante sus viajes. Lo que han hecho, básicamente es llenar de flores la ciudad, aprovechando cualquier espacio libre en las terrazas de las casas o en los tejados para plantar las especies preferidas de estos animales. Se han plantado campanillas, azafrán, narcisos y otras especies bulbosas, mientras que el recorrido va de este a oeste de la ciudad y ocupa un total de 15 km. Cada 250 metros aproximadamente, estos insectos encuentran un punto de restauración adaptado a sus exigencias.
No sólo participa la Sociedad de Jardinería, sino que se han sumado a la iniciativa asociaciones de apicultores (como Bybi, la organización para el mantenimiento de las abejas en entornos urbanos de Noruega) y algunos vecinos convencidos de poner una colmena en alguna parte de su casa. «Es muy fácil descubrir cuáles son las partes grises o barreras que se encuentran las abejas sobre el mapa de la ciudad. El proyecto cuenta con estos espacios privados pero también con jardines públicos como el Botánico de Oslo», afirman fuentes de Bybi. Según los datos que ofrece el equipo de la jardineros de Oslo, la situación de las abejas en el país presenta algunas de las características que se están repitiendo en todo el mundo.
El gobierno americano también ha decidido encarar el feo asunto de las abejas. Sólo el año pasado y según datos de los apicultores, se perdieron hasta un 40 por ciento de las colonias. La aportación de las abejas a la economía del país alcanza los 15.000 millones de dólares. De hecho, la iniciativa noruega guarda cierto parecido a una parte del plan americano que pretende restaurar hasta siete millones de acres de hábitat de abejas en el próximo lustro. En este sentido, Jaume Cambra, experto en apicultura del departamento de Biología vegetal de la Universidad de Barcelona opina: «si para salvar a las abejas las hemos de poner en las ciudades, vamos mal porque no son ni de lejos su habitat natural. Salvar a las abejas pasa por salvar el entorno natural, aparte de que no es cierto que todo el campo está contaminado