Aparecen este mes a la venta dentro de las colecciones Los Imprescindibels del Cine Mudo y Cineclub dos nuevas entregas con mi firma en ellas: la tragedia de Victor Sjöström y Lon Chaney, quien sin duda merece rango de co-autor, El que recibe el bofetón y la deliciosa dramedia Cuatro Hijas, mucho más que un vehículo de lucimiento para las hermanas Lane que supuso el lanzamiento de una actor entonces tan moderno com0 John Gardfield.
El que recibe el bofetón: a la venta
Cuatro hijas: a la venta
Dejo aquí sendos extractos de los libretos, a modo de gancho, más que nada
3. “¡Bah! ¿Acaso eres tú un hombre? ¡Eres un payaso!”I Pagliacci. Ruggero Leoncavallo
Seguramente, el propio Sjöström se quedase sorprendido ante las facilidades para acometer aquella película tan extraña, tan cercana a algunos de sus temas personales y partiendo de un texto que, además, podía reelaborar a voluntad. Como otra de sus grandes obras, La carreta fantasma (Körkarlen, 1921), la presente ofrece un cuento moral de tortuoso desarrollo que rompe con cualquier supuesta adscripción al naturalismo o al realismo mediante un poderoso sentido de lo onírico, abiertamente simbólico. Empezando por la misma imagen que abre la película: un payaso haciendo girar una pelota mientras ríe, transmutándose el juguete en un globo terráqueo que hace girar Paul Beaumont; Él antes de ser Él. Sjöström establece ya de principio el aspecto narrativo principal de la obra, basado en la repetición/variación de motivos, gestos e imágenes.
El globo girando, el círculo irrompible sin principio ni final, será el leitmotiv visual/dramático y narrativo que ayudará a engarzar los distintos segmentos del film –si primero aparece en manos de Beaumont, luego se convertirá visualmente en la pista, circular, del circo- o a puntear simbólicamente los momentos de mayor incidencia –después de la traición de su benefactor y su esposa, Beaumont tirará el globo terráqueo de su despacho al suelo, dando lugar al nuevo giro de su vida-.
Todo el largo segmento que muestra el espectáculo de Él resulta espeluznante, con una acumulación de simbolismos dignos de estudio psicoanalítico y semiótico que desbordan estas líneas. Durante el mismo, Él renueva la escenografía de su humillación pública en el pasado mediante una “puesta en escena”: un grupo de adustos catedráticos sustituidos por una clac de payasos y una bofetada amplificada/repetida una y otra vez, una y otra vez; el recuerdo eterno, sublimado según una oscura lógica masoquista del momento de la pérdida de la dignidad por parte del antihéroe que, de algún modo, parece regodearse en la degradación secreta. Un ritual de la humillación, una teatralización del acto masoquista reconducido con artificio fetichista.
Será esta visión la que cause la toma de conciencia de Él con respecto a su situación. Ve que necesita una retribución y decide impedir que el Barón arruine la vida de nadie más. En ese punto su posición de payaso le convierte en un transgresor de las normas sociales, un pobre imbécil que no puede ser tomado en serio porque es, después de todo, un payaso. Algo a lo cual se hace referencia literal en un instante concreto. Toda una serie de aspectos de melodrama tortuoso-delirantes que, junto a la presencia de Chaney a modo totémico, pueden conectar El que recibe el bofetón con numerosos componentes del cine de Tod Browning, otro adepto al patetismo y la lírica de lo oscuro y malsano, aunque, por supuesto, Browning sea capaz de llevar los recovecos desquiciados de un relato de estas características hasta lugares más extremos todavía que en el caso de Sjöström. Y eso teniendo en cuenta que El que recibe el bofetón culmina en un clímax mixtura de violencia, tensión, lirismo y redención, donde el payaso humillado usará un león como instrumento de venganza y verá cómo su corazón de trapo vuelve a sangrar de verdad.
1. En los días del pasado
¿Cómo puede ser vista desde nuestro presente una película tan arraigada a su propio tiempo y espacio como Four Daughters? ¿Puede el cínico y resabiado espectador ver esta película sin una sonrisa condescendiente o como algo más que un ejercicio nostálgico o sociológico? ¿Podemos aceptar desde nuestro pesimismo y nuestro innegociable gusto por el drama como sórdida constatación de lo que nos rodea que, una vez, el cine fue dulce, naif y, por paradójico que suene, sincero?
Esta película de Michael Curtiz es un desafío al espectador del presente, a ese “nosotros” que ya no nos podemos creer la simplicidad sentimental. Y lo consigue en base a la sofisticación y pureza de su manifestación cinematográfica, al uso preciso de un idioma que es el que logra superar todos los demás obstáculos. Y también porque, a poco que uno se fije, verá las
Four Daughters está protagonizada por las tres hermanas Lane (Lola, Rosemary y Priscilla), trío completado, ante la ausencia de la hermana mayor (Leotta), con la adición de la sobria belleza de ojos cansados Gale Page. Todas ellas eran artistas. Starlettes, cantantes radiofónicas y habituales de Broadway, eran proto-ídolos pop. Ese anterior al pop tal y como se construyó desde los años 60, la continuación del Tin Pan Alley y los speakeasies, la música popular de las Big Bands, los clubes suntuosos y los elegantes programas radiofónicos patrocinados por los más variopintos productos.
De manera similar a esta lógica pop dual de la tristeza dulzona, el film, que parte de un libro de esa escritora camp que fue Fannie Hurst titulado Sister Act, presenta una serie de aspectos sofisticados que permiten que, siendo un film conservador, de valores muy americanos, también resulte moderno, o abierto a una lectura moderna gracias a elementos de humor disolvente que reflejan una consciencia avanzada de sí mismo. Es decir, Four Daughters afirma unas cosas con la música, pero las matiza con la letra.