En tierras bajas (1982), de herta müller. una infancia opresiva.

Publicado el 12 marzo 2013 por Miguelmalaga

Desde que la hasta entonces desconocida Herta Müller ganó el premio Nobel en 2009 quería acercarme a su obra. Leí por aquellas fechas una entrevista que desvelaba la personalidad de una mujer muy interesante, que analizaba en sus novelas la vida utópica en la Rumanía de Ceaucescu. En tierras bajas se dedica a la infancia. Müller retrata la opresiva vida de una niña en una aldea suaba (los suabos son el grupo étnico emparentados con los alemanes que viven en Rumanía) que permanece fiel a su atraso endémico, favorecido por un Estado que parece decantarse por sojuzgar especialmente a los habitantes de las ciudades y colectivizar las tierras rurales sin ocuparse de las costumbres y las supersticiones de sus habitantes.
La escritura de la premio Nobel es especialmente incómoda, no se lo pone nada fácil a un lector que al final no tiene más remedio que tomar de la mano a la narradora y dejar que ella le muestre una forma de vida absolutamente desoladora: el olor de los animales, la suciedad que lo impregna todo, el alcoholismo de los hombres, el servilismo de las mujeres, el maltrato sistemático a la infancia, la ignorancia... Parece como si la autora quisiera realizar un ajuste de cuentas con su pasado y lo hiciera de la manera más cruel posible. Como lector llego a desconfiar del género humano, a percibir las débiles cimientos de aquello que llamamos civilización y cultura, a advertir que el estado natural del hombre (lo ha sido durante muchos siglos) es el de la ignorancia y la superstición. A veces los retratos de los seres que rodean a la niña están más cercanos al estado animal que a lo que llamamos humanidad. 
Cuando Müller pudo marcharse del pueblo (y ahora aporto datos estrictamente biográficos) se encontró con otra forma de opresión aún más refinada, la opresión de un gobierno totalitario que explotaba a sus ciudadanos en pos de la construcción de la utopía socialista. Ella trabajó durante tres años en una fábrica de maquinarias en la que nunca se cumplían los plazos impuestos pero en la que, a pesar de todo, absurdamente siempre imperaba la misma rutina de trabajo duro e inútil. Una rutina que se usaba para que la gente careciera del más mínimo espíritu crítico:
 "Eso se llama rutina, y es letal para el raciocinio. Borrar, suprimir el pensamiento es lo
que se quiere. He ahí la intención de fondo. Para cada cosa hay de antemano algo ya
establecido. No hace falta que tú formules, que comprendas. Todo está ahí, disponible.
Debes usarlo, se controla que tú te limites a aplicarlo. Por el amor de Dios, no se te
ocurra pensar por tu cuenta. Ésa es la peor falta. Todo lo que has de hacer es tomar lo
que ya ha sido previamente hecho y aplicarlo al pie de la letra. Luego echan un vistazo a
ver si te has portado bien, y listo. Eso se llama rutina, idiotización."

A pesar del desasosiego que produce su lectura, o quizá precisamente por eso, seguiré acercándome a la obra de esta escritora, una hija desleal de uno de los grandes totalitarismos del siglo XX.