Si hay ley, hay autoridad que la respalde.
La naturaleza carece de autoridad.
Todo lo que no es naturaleza es o Dios o nada.
La nada carece de autoridad.
Por tanto, si hay ley en la naturaleza, procede de Dios.
Hay ley en la naturaleza.
Por tanto, procede de Dios.
El ateo rechaza la primera premisa (que la ley requiera de autoridad) y la tesis de que hay ley en la naturaleza.
Respecto a lo primero, no veo cómo puede negarse. Toda ley moral, que presupone la libertad de los sujetos a quienes va dirigida, ha de estar instrumentada mediante algún tipo de compulsión promovida por un superior. Si no hay superior, no hay obligación ni castigo legítimos, dejándose el cumplimiento a la voluntad de cada uno, con lo que no puede hablarse de ley.
Tocante a lo segundo, cabe negar o afirmar que hay ley moral en la naturaleza. La negación, a su vez, puede ir dirigida al carácter de ley de las constantes que hallamos en la naturaleza, a la condición de natural predicada de tal ley, o a ambos. Así, si no se concede que haya ley, se admitirá que la moral es puramente consuetudinaria, cambiante, opinable y, a la postre, circunstancial y subjetiva. Por otro lado, si no se concede que dicha ley sea natural, se admitirá que es sobrenatural o antinatural.
En el caso de que se opte por la asunción inmoralista, no tengo nada más que alegar. Con inmoralistas no se discute de moral, ni con apolíticos de política, ni con analfabetos de gramática. Si, por el contrario, se prefiere la opción antinaturalista, excluyendo a Dios, habrá que explicar de dónde procede el carácter relativamente homogéneo del comportamiento humano y de los códigos que lo regulan, toda vez que la naturaleza parece predisponernos tanto al bien como al mal. Y, sobre todo, de dónde el que debamos preferir siempre obrar justa antes que injustamente.
Tal vez quedaría una última salida fuera de este esquema, consistente en pretender que junto a la naturaleza y a Dios se da una tercera posibilidad: la razón. Pero a ésta aplican las mismas objeciones que formulábamos contra la naturaleza: no es unívoca y, de serlo, ningún mandato absoluto me obliga a seguirla.