En tu nombre, VII

Publicado el 20 marzo 2024 por Monpalentina @FFroi

Habían transcurrido tres meses y pocos días de mi llegada a Cubillo de Ojeda. Año 1963. Ahora, en 2024, vive una sola familia a cuyos miembros tengo gran aprecio y con quienes mantengo buena amistad desde que, un día, el pequeño Daniel que, el 28 de este febrero cumplió 11 años, ¡felicidades!, me abrió la puerta de su casa. Tenía cinco años y era muy valiente. Le pedí que llamase a su mamá. Lo hizo. Y conocimos a María, la guapa y agradable mujer de José Luis quien, lógico, no estaba a esa hora en casa. Su trabajo, buen pastor -que lo es- le obliga a grandes sacrificios porque es responsable hasta la médula y, además, ejerce esta sacrificada tarea con simpatía que derrama con palabra y gesto. Pienso que, además de buenos pastos, José Luis transmite a su rebaño esa paz que le nace desde muy adentro y que regala a todo el mundo sin darle importancia. Cada día, puntualmente, no necesito reloj, en mi móvil suena la campanita que marca la entrada de mensajes: Señal cierta de que José Luis, comienza a enviarme las hermosas fotografías que hace, primero de sus ovejas, y corderillos, luego del camino que emprende con el rebaño, y mi escuela desde cualquier punto de su recorrido. Sin olvidar las del calendario que aparecen las primeras.


José Luis pertenece "a la Asociación Nacional ANCHE, ganaderos que tienen ovejas de raza churra. Además, es presidente de IGP, del lechazo de Castilla y León que engloba los lechazos de razas autóctonas: Churra, Castellana y Ojalada"

Cada año, a ser posible el mismo día, repetíamos la escapada hacia la montaña pasando por cada pueblo en el que, juntos, descubrimos lo que otro amigo poeta, Eladio Cabañero, le había dejado bien grabado en el alma: "No es bueno que el hombre esté solo"

Y, precisamente, para recordar, que es tanto como volver a vivir, nos íbamos cada dos de junio, en busca de recuerdos y vida para que el tiempo feliz no se olvidara bajo alguna capa de la memoria ya vivida. Siempre repetíamos el mismo recorrido campestre, y en los pueblos, bares donde tomábamos los cafés y la comida. Disfrutábamos del románico del camino...

Parábamos en Perazancas en la panadería que regentaba una hija de Honorino, aquel buen hombre que, (tanto tiempo atrás) en su DKV, iba recogiendo con Marcelino y el médico, a las maestras de la zona para pasar la tarde en Cervera. Esa fecha, dos de junio, quedó grabada en nuestro corazón porque ese día, a los tres meses de conocernos, el amor era ya fuego compartido y decidimos unir nuestras vidas. Esa fecha la celebramos cada año porque significaba una decisión tomada en plural, sin agobios, simplemente porque tenía que ser así. Yo, por mi poca edad, cumpliría 20 años en julio, me veía demasiado joven para emprender una nueva vida lejos de toda mi familia, que vivía en Galicia, La Coruña, desde julio del año 1,963. Mi padre, Vidal, cuando le escribió el día tres de junio Marcelino una carta en la que yo colaboré dulcificando las palabras pues conocía bien a mi padre...No estaba dispuesto a aceptar una decisión ya irrevocable por nuestra parte.

Tanto se alarmó, que a primeros de julio pasó a recogerme, finalizado mi trabajo, y me llevó hacia el Norte, haciendo parada en cada punto de la costa asturiana, hasta llegar a Finisterre, para regresar a La Coruña. Albergaba en su corazón que yo olvidase a Marcelino con aquel "viajecito de placer". Pero Marcelino me escribía a lista de correos porque en los lugares importantes nos quedábamos dos o tres días. Muchas cartas llegarían a destino pero la paloma ya no estaba allí... Escribí muchos cuentos y nunca se me ocurrió escribir uno sobre este tema. Tal vez mi mente quiso guardar esa etapa de mi vida, en la que yo había decidido no pensar más que en positivo. Sacar fuerza para seguir adelante. La verdad es que mi padre me dio todos los caprichos y nunca vi tantas películas, y comí tanto marisco. Hasta conocí, en Cambados, a Manolo Morán famosísimo en aquel tiempo...

En julio, en la semana del Apóstol, Marcelino fue a conocer a mis padres y sus razones de amor y su carácter amable y sencillo fueron tan sinceras y razonadas, que mi madre Julia, convenció a su marido de que la "cosa" iba en serio y que su "niña", también estaba enamorada, como decía aquella canción tan pegadiza "feliz y enamorada". Tampoco podré agradecer bastante a José María Fernández Nieto que se desplazase hasta Cubillo para conocer a aquella muchachita que le había robado el corazón a su amigo poeta. Otro día, más...