- Ven, vamos -ha dicho a Niña Pequeña, cogiéndole firmemente por el codo, dirigiendo ya el giro de su cuerpo hacia el arenero del parque. Ella se deja hacer poco convencida, pero sin mayor alternativa cerca.
La miro, buscando su mirada azulada, sabiendo de antemano que los labios infantiles se transformarán en un instante en una línea fina y decidida, midiendo las distancias y calculando cuál será nuestro próximo movimiento. La presa, Niña Pequeña: o el arenero o el banco con su madre, pobre opción pudiendo jugar con cacharritos, ese amago infantil de cocina con piedras y barro. Me quedo inmóvil, pero decidida, en mi asiento, agarrando mi último regalo -un libro digital- como si en ello me fuera toda autoridad; sostengo su mirada de cinco años bajo la atenta -y retorcida- vigilancia de su madre...