Lo realmente complejo de todo esto es que en el libro Trumbo logra transmitir a quien lo lee las sensaciones de alguien totalmente destrozado. Alguien que nunca, jamas, será ni estará ni sentirá, mas allá de lo que su propia mente es capaz de generar en base a sus recuerdos. Y repasando los míos me doy cuenta de que esto del vino, las copas, los aromas y demás sensaciones no es mas que un reflejo íntimo de quienes fuimos o somos hoy, en relación a quien éramos cuando tomamos o descubrimos por primera vez aquel vino. El vino es un ancla que nos engancha a nuestros mejores (o peores) recuerdos. Y, como si de una especie de lastre nostálgico se tratase, nos obliga.
No se si se me entiende cuando escribo. Tengo un estilo, el mío, que sé que hace difícil seguir mi razonamiento y en numerosas ocasiones soy farragoso o difícil para quien no sepa de que va todo esto. Es por ello por lo que dudo mucho que, mas allá de un circulo concreto que lleva siguiéndome años a través de esta bitácora o de otros lugares donde he escrito, se comprenda en realidad a que me refiero cuando expreso mi opinión.
Digo que, si mañana un accidente me postrase de por vida en una cama sin manos ni piernas, ciego, sordo y mudo, mis recuerdos serían para mi mujer, mi hijo y el vino. El vino como vehículo hacia mis pocos y bien medidos amigos, el vehículo hacia la pasión y el amor, hacia la desilusión y el cansancio, hacia la frustración o el éxtasis. Digo que si mañana fuese un vegetal, me acordaría de mis vinos. Me acordaría de este Solar de Líbano, de la Malvasia de 2005 de Abel Mendoza, del Dorado de 2000 del pasado sábado, de El Carro de 2010 de Rafa o de un Tempiere Bandol de 2001.
Son vinos que recordaré, con otra larga lista, porque se asocian a momentos en los que pude decir que era feliz. Feliz en términos relativos, como es la autentica felicidad. Feliz porque si, porque la gente que quería me acompañaba en situaciones de especial felicidad, en momentos de serenidad en la tormenta o mientras mi cabeza me daba tregua y me permitía asimilar los hechos ciertos de cada día.
Son vinos que me transmitieron cosas mas allá de si estaban ricos o no. Vinos de los que uno se acuerda siempre y que vienen a la memoria asociados a un recuerdo vívido de cariño, de celebración, de alegría. Uno de esos recuerdos que no necesitas esforzarte en volver a tener si lo necesitas.
Es por ello por lo que mi frustración es una y no excesiva, si no se uniesen otros factores. Son momentos duros, llevan siéndolo ya un tiempo y la verdad es que uno siente que cualquier pequeño vaivén cotidiano lo desestabiliza todo y hace grandes los daños pequeños y pequeños los grandes agravios. Y lo malo de ser feliz por momentos de minuto y medio es que son viciosos. Uno quiere ser así mas veces y entonces ocurre algo, tal vez nimio y sin importancia, que lo jode todo.
Y cuando eso pasa no hay un buen vino que lo arregle...o si, pero no lo puedes beber.
Gestionar tu propia frustración es una profesión difícil e ingrata. La desilusión perpetua de tu fracaso y hacer este inherente a tu persona es solo cuestión de un descuido, aquel que una vez cometiste y que te persigue. Pero no para siempre.
No para siempre. Repítelo, "no para siempre".
Algún día volverán los buenos vinos....perdón, los buenos tiempos. Quizá.
Fotos: de mi autoría, de Joan Gomez en su blog (El Carro) y en Instagran.