En una esquina de tu mente: El ojo del laberinto. Un cuento psicodélico en tonalidades amarillas

Publicado el 07 junio 2011 por Esbilla

El ojo del laberinto (L’occhio nel labirinto)

Director: Mario Caiano

1972

Italia/Alemania

89 min.

Fotografía: Giovanni Ciarlo (c)

Música: Roberto Nicolosi

Montaje: Renato Cinquini

Guión: Mario Caiano, Horst Hächler y Antonio Saguera

Reparto: Rosemary Dexter, Adolfo Celi, Alida Valli, Horst Frank, Sybil Danning, Franco Ressel, Michael Maien, Benjamin Lev, Gigi Rizzi

Una película que se abre con una persecución y asesinato entre el expresionismo “caligariano”, Orson Welles y Giorgio de Chirico no puede ser una cinta vulgar. La propuesta es meridiana desde el principio: surrealismo soft, psicodelia free jazz, colorismo pop de referencial simbolismo amarillo. El género y su perversión. Giallo espacial de contrastes donde lo hermético (la trama) se opone a lo luminoso (el paisaje) en un film simultáneamente secreto y juguetón.

Con toda probabilidad la entrega más estimulante de entre la nutrida filmografía bis del bien reivindicable Mario Caiano, uno de esos venerables constructores de la edad de oro del cine popular (y del otro también) europeo. Todavía en activo en al televisión hasta antes de ayer se gana la categoría de profesional en los primeros 50, asciende haciendo de todo, desde segundas unidades a guiones y sin necesidad de echarle mucha imaginación es fácil imaginar que también cualquier cosa intermedia, hasta cargar con l responsabilidad completa de dirigir. No perdona género: peplum (Maciste, Gladiatore di Sparta en 1964 para Mark Forest) y aventuras (Erik el Vikingo, un Gordon Mitchell vs. Giuliano Gemma de 1965) western antes y después de Leone (de Las pistolas no discuten en el 64 con Rod Cameron y Host Frank, a Un tren para Durango en el 68, unión de los divos unión de los divos Anthony Steffen, Mark Damon y Enrico Maria Salerno, y hasta Mi nombre es Shangai Joe demencial revuelto de tiros y king fu con Kinski piniendo cara de circunstancias ya en 1973) espías a la moda (Los espías matan en silencio, 1966), atracos perfectos al punto (El gran golpe de Niza, 1967)…en el 65 deja una aportación sustanciosa al gran gótico acariciando a al fascinante Barbara Steele en Amanti d’oltretomba , a la altura de los 70 apechuga con desnudistas comedias decameronianas (I racconti di Viterbury – Le più allegre storie del ’300 fechada en 1973 y con la anda pacata Rosalba Neri), corajudos poliziotteschi de violencia inmediata (Milano Violenta, 1976) o nazixploitation post Salón Kitty (La esvástica en el vientre, 1977). Sin discriminar lo bueno de lo malo o esto de lo peor, salvando desastres  y puliendo cintas con honesto oficio. Trabajando, avanzando. Digno de admirar.

El brillo insólito de un título como El ojo del laberinto destaca por tanto en medio de la carrera del cineasta, pero también lo hace en su propio contexto industrial/genérico. Como aportación al fenómeno del giallo no es menos marciana, desligada de cualquier corriente aunque tangencial en algunos (subvertidos) puntos con las fantasías paranoicas de Sergio Martino para/con la sinuosa Edwige Fenech -fémina acosada por todo tipo de fantasmas psico-sexuales en entornos progresivamente oníricos, progresivamente desquiciados- y también con cierto parentesco con respecto a las raras (por escasa, por singulares) películas de Luigi Bazzoni, incluso adelantando algunas características de ese fascinante giallo de la mente que es Huellas de pisadas en la luna (1975) que juega con similares elementos pero distinta motivación: en ambos casos se parte de un lugar gemelo y se llega a idéntica conclusión dando pasos intermedios que se cortocircuitan constantemente: una mujer busca a una persona desaparecida (muerta, asesinada) en un misterioso lugar en el cual ya estuvo pero no lo recuerda. En su búsqueda será alternativamente ayudada y torpedeada por una serie de enigmáticos personajes en no menos enigmáticos espacios físicos (arquitectónicos y naturales). Todo tiene aire de sueño, todo transcurre en un no-lugar, reconocible como real pero regido por fuerzas de naturaleza inidentificable. Las protagonistas parecen víctimas de una absurda conspiración y la respuesta se haya dentro de su propia muerte, en el delicado tejido del recuerdo. En ambos casos las (anti)heroínas se buscan a si mismas completando un circulo fascinante que puede incluso leerse en clave metagenérica en el caso de El ojo del laberinto o abiertamente metafísica en del film de Bazzoni protagonizado por una intensa Florinda Bolkan.

El giallo se ha enroscado de tal forma sobre si mismo que la víctima y el asesino se han fundido hasta convertirse, no en dos caras de la misma moneda sino en la moneda. La damisela en peligro y el monstruo del cuchillo son la misma cosa violentando la naturaleza inocente de las víctimas de los trabajos antes referidos de Martino, por ejemplo, y dejando sin asidero al espectador que se enfrenta a una historia pura maldad, donde cada personaje es negativo y en el cual el lobo está encerrado dentro de Caperucita. En este sentido el acierto del protagonismo de la cierva Rosemary Dexter se revela capital, su aire desvalido e inocente no predispone de antemano la resolución, acumula simpatías y parece completamente a merced del abstruso complot de una serie de personajes que se mueven entre lo demoníaco -el psiquiatra genialmente interpretado por Horst Frank: el hombre desaparecido, asesinado en realidad, que abre el film con la ya comentada secuencia onírica y que fusiona de modo perturbador la figura paterna y el amante dominador- lo grotesco -el maligno dúo Alida Valli/Adolfo Celi pujando por el control de la muchacha, de la isla y de un supuesto negocio de drogas. Exmatrimonio, además, y figuras casi de cuento- y lo ridículo -la patuela de tarados que habitan la casa de la Valli, figuras paródicas de teatrillo fantasmagórico, que son un compendio de perversiones, vicios y estupidez-. Todas ellas conformando una suerte de anticipación gialloesque, y mejor, del estrafalario ¿Qué? (1973) de Roman Polanski.

Caiano tiene el enorme valor de alejarse con fuerza y personalidad del tropo”argentoniano”, construyendo una alternativa novedosa, arriesgada, que revela no precisamente poca elaboración formal y conceptual (el expresivo empleo cromático amarillo a modo de motivo, un aire constante de cuento, la subversión de las reglas del género, el empeño simbólico, a veces ingenuo, a veces sofisticado,….), que abre multitud de ventanas interpretativas. De plástica poderosa durante su primera mitad, enormemente trabajada en el empleo de combinaciones de movimientos enfáticos y planificación rebuscada, con objetos interpuestos ante el objetivo, escorzos inverosímiles y obsesivo empleo del gran angular para acosar/vigilar a la heroína otorgando ya eses aire distintivo de todo el invento, ese tono desequilibrado que somatiza visualmente al experiencia íntima del personaje de Rosemary Dexter. Es cierto que esta pujanza no se mantiene durante todo el metraje y ve amenazada su conseguidísima abstracción por un cansancio imaginativo que beneficia la nunca bienvenida aparición del zoom y el golpe de reencuadre. Tres cuartos de lo mismo para una historia que llega fatigada a la resolución, donde, dudosos de la construcción estilizadísima del edificio, se paga el peaje de la explicación; donde prodrían percibirse insospechadas conexiones con la fiebre psicoanálitica del noir americano de los 40, por cierto. Afortunadamente esto coincide con el repunte en la puesta en escena que regala un excéntrico remedo de la secuencia de apertura con escenario distinto, pero no menos laberíntico, y que cierra la película con nuevos caminos ingeniosamente retorcidos (la turbadora infantilización de la protagonista) y maliciosamente irónicos al ritmo libérrimo de un monumental Roberto Nicolosi.