El caso de hoy es especial para mí, pues tuve el placer de conocer personalmente a Gabriel Drak, el director de La culpa del cordero en su proyección en la sección Territorio Latinoamericano del Festival de Málaga de Cine de 2013, donde obtuvo la biznaga de plata al mejor director.
Los conflictos, las oscuridades personales de cada uno, las falsas apariencias… Son situaciones y características que se reflejan de los protagonistas y que pueden observarse en cualquier punto del planeta, aunque en este caso particular (por las características de la familia retratada), se dan más en lugares donde el nivel socio-económico es un poco más elevado que la media.
La cámara al hombro se repite durante prácticamente toda la película. En cuanto a la fotografía, la cinta tiene una colorimetría muy particular, que hace que cualquier fotograma sea reconocible viéndolo de forma aislada. Además, es un aspecto que ayuda a crear el clima de incomodidad, descubrimiento y sospecha que plantea el filme durante todo el metraje.
Una de las claves de ‘La culpa del cordero’ es, además del guión y de la resolución de la puesta en escena (producción), la interpretación de los personajes. El que lleva el mayor peso de la acción es el padre, magistralmente interpretado por el veterano Ricardo Couto.
El planteamiento es tan sencillo que podríamos pensar que va a tratarse de una película aburrida. Nada más lejos de la realidad, pues la intensidad narrativa y las interpretaciones tienen la fuerza suficiente como para levantar 1 hora y 20 minutos de entretenimiento cinematográfico con poquísimos medios (en quince días, con unas catorce personas en el equipo y un presupuesto limitadísimo).
Una familia es convocada a reunión por los cabezas de la misma, porque al parecer tienen alguna comunicación importante que hacer a sus hijos. Es el padre quien toma las riendas y comienza a destapar asuntos turbios, aunque una vez que ha comenzado a tirar del hilo, no se sabe hasta dónde puede llegar. En medio de la situación, un cordero que se está cocinando para el disfrute de los invitados.
Absolutamente recomendable para quienes gusten ser sorprendidos con la inteligencia de los diálogos y los giros narrativos. No esperen grandes efectos, sino un trabajo de maduración personal que cuenta una dura historia de autocrítica (en cuanto a condición humana).