Si los cálculos no me fallan, muchos de los que escribimos en este blog y muchos de los que tenéis el detalle y la santa paciencia de leernos, crecimos con La Pantera Rosa. A mi me encantaba. Nada de dramones como Heidi, Marco o Bambi. La Pantera Rosa era traviesa, divertida, estilosa, ingeniosa, algo puñetera y no le hacía falta hablar para hacernos reir. Mi madre nos ponía delante de la tele con el bocata de chorizo las tardes de sábado y recuerdo como todos en el barrio jugábamos “a los dibujos animados”.
Por supuesto, ninguno queríamos ser ese hombrecillo, todo nariz y aburrimiento, al que la Pantera Rosa puteaba sin remedio episodio tras episodio. Sé de muchos padres y madres que aún rescatan los vídeos de Youtube con la secreta intención de martirizar a sus infantes, pero me da que no hay nada que hacer ya frente a Pepa Pig y su troupe.
Lo que hacía grande, grande a nuestra pantera, no solo eran sus historias -cortas, mudas, con ese punto absurdo y esa lucha entre el orden y el caos, la espontaneidad y la rigidez-, sino su banda sonora. Henry Mancini puede responder a eso tan cursi de que ha compuesto gran parte de la banda sonora de nuestra infancia y adolescencia. No obstante, hace semanas que escuché una versión de Orquesta La 33 que me tiene loca. De hecho, no me cuesta nada imaginar a la Pantera Rosa meneando las caderas, así que esta vez (y con el permiso del gran Mancini), me voy a quedar con esta versión salsera absolutamente espectacular. Y ahora, suban el volumen y a disfrutar.