Les escribo estas líneas arriesgando mi vida, que lo sepan.
Desde el 23 de diciembre que pusimos los pinreles en un cochambroso Barajas, apenas duermo, me acechan terribles pesadillas y vivo angustiada y temerosa en presencia de mis padres.
No es para menos, les advierto, que mi madre dijo que de aquí no me iba sin padecer su revancha y quedan apenas tres días para poner rumbo a las Teutonias, territorio seguro. Eso significa que mi final se acerca y que, a no ser que ocurra un milagro, de esta no me salvan ni los Reyes Magos.
Aunque mis progenitores no han pasado por el aro, en mi defensa aduciré traumas infantiles varios y enajenación mental transitoria. Y un sentido arrepentimiento. Porque yo siento mucho haber hecho lo que hice; lo juro por Gott; palabrita.
Pero nada, que no, que no cuela. No ayuda mucho la cara de espanto de la multitud ibérica a la que rendimos visita estos días; ni la de la gente con la que nos cruzamos por la calle; ni la de los dependientes de todas - pero todas - las tiendas; ni la del camarero del bar de la esquina.
Nos acechan con su mirada, cuchichean entre ellos, sonríen con timidez y un poco de aprensión. También alucinan, no crean, que el niño corretea dicharachero por los Madriles y engulle churros como si no hubiese un mañana. Y todos los que descubren la verdad, sin falta, se aguantan las ganas de plantarme una colleja; bueno, mi abuela no se ha aguantado, no les voy a mentir.
Pero díganme ustedes, bitte, ¿qué habrían hecho en mi situación? De verdad, piénsenlo un momento, enfúndense mis zapatos un instante, se lo ruego.
¿Qué se les habría pasado por la cabeza si hubiesen crecido ustedes con mi pelaje, nirvana de cualquier parásito que se precie? ¿Si hubiesen sufrido cada plaga escolar de piojos? ¿Si su madre hubiese ejercido con diligencia de mamífera descendiente del simio hasta las tantas de la madrugada, pelo a pelo, noche tras noche? ¿Si hubiesen pernoctado en exceso con la cabeza inundada de vinagre?
Pues que hiperventilarían - y se rascarían enteritos - cada vez que oyesen pronunciar el nombre de tan ajquersoso animalito, por ejemplo. O que directamente enloquecerían a la vista de uno de ellos ¿a que sí? ¿verdad que sí?
Digan que sí, se lo ruego, y explíquenle a mi madre que lo que hice es normal, que es lo que cualquiera de ustedes habría hecho en mi situación. Que a 5 horas de cogerse un avión, un domingo en un pueblo de mierda a cuarenta minutos de la farmacia de guardia, sin vinagre y con las maletas aún vacias, no me quedaban muchas más opciones. Que fui práctica y atajé el problema del raíz. Que no soy peluquera, que qué se le va a hacer, pero que el pelo crece y que el que es guapo es guapo ¿no?
Si hay algún profesional de la barbería entre ustedes, le suplico explique a mi madre que las maquinillas tienen su truco, que lo de la teniente O´Neill requirió horas de ensayo y que rapar la cabeza no es fácil, que está infravalorado.
Sobre todo al borde del colapso nervioso, rapando sobre esquilado, que yo juraría que al maromen le dije rapar y no afeitar, pero el muy mamón ahora se lava las manos. "Yo sólo cumplía orrrrrdenes " le repite a mi encrespada madre; y luego por lo bajini le susurra "de la loca de tu hija." Que se cree que no le oigo, el muy traidor.
Que vale que es verdad que él no ha tenido nunca inquilinos en la cabellera, y que yo gritaba mucho y muchas cosas, pero aún así, era de cajón que algo de pelo se podía haber dejado ¿no?
Menos mal que sólo cayó un polluelo; aunque la mala suerte quiso que fuese el querubín canalla. Que sepan que no le ha quedado ni uno sólo de sus rizos y que lleva la cocorota jaspeada.
El pijama de rayas, eso sí, es del año pasado. De la misma tienda en la que mi madre me ha encargado uno a mí, para antes de que me vaya.