Enamorado uno puede distinguir perspectivas que se le escapaban antes de transitar ese estado que todo lo puede. No hay a qué temerle. ¿Lo ves?
Enamorado el cuerpo y ser se hace fuerte, todo brilla con otra intensidad, y si hay reciprocidad uno puede animarse a encarar situaciones que bajo otra circunstancia no podían ser ni contempladas.
Nadie puede forzarnos a sentir aquello que toma su tiempo y se asienta como la miel tras ser revuelta. Primero queda toda entremezclada, luego se hace homogénea, se alinea en un todo y permite creer que es más que la que creíamos quedaba.
El estado de enamoramiento te atonta. Estás flotando, creyendo que el afuera no podrá penetrar en la burbuja que formás de comunicación mutua y floreciente.
¿Se cae el mundo? Qué mas da, alcanza con ver a los ojos a esa persona para comprender de qué la va el mundo real. La realidad es enamoradiza, no la que nos quieren mostrar y le damos cabida cuando no estamos enamorados.
¿Qué te muestran? ¿Qué comprás? ¿Qué aceptás? ¿A qué le das curso si al fin de cuentas alcanza con que esos ojitos te digan te quiero? Ni siquiera con palabras, con actitud, con mirada, con actos.
Enamorado se dimensiona la capacidad de propagar energías sin escatimar. ¿Te da miedo? Poco importa, se sortea fácil, porque la energía estanca se saca de cuajo, y te ensimismás en la posibilidad de reproducir bienestar.
Si estás acostumbrado a caretear situaciones, el enamoramiento no es algo que te invadirá, sino un pseudoamor impuesto, y se caerá al tiempo, cuando la realidad te someta a tener que hacerle frente a esa declaración.
No hay que aparentar, hay que reflejar lo que nos pasa. Enamorados, todo es para bien.
Los ricitos, las risitas, todo es diminutivo y bonito. Insisto, enamorado, todo es lícito, no hay mitos, hay cualidad y consumación. Mi amor, todo pasa por la proyección del amor en vos.