Después hay otra cuestión que ya se planteaba Bécquer en su rima XXXVIII, cuando el amor se olvida, ¿sabes tú adónde va? El amor no se olvida, ni se acaba, el amor se transforma y no somos capaces de conformarnos o de aguantarnos. A los quince, le echamos la culpa a las hormonas; a los 25 “a que la cosa está mu mala”, las hipotecas muy altas y las posibilidades de trabajo escasas y la falta de convencimiento de querer formar una familia “con todo lo que te queda por vivir”; a los 35, te vuelves independiente; y, a los 45, egoísta, con manías, y sin ganas de escuchar a nadie entrar al baño con una descomposición a medianoche como si tú no tuvieras episodios de ese tipo y haya que tener más tabúes a la hora de hablar de tus necesidades fisiológicas que al explicarle a tu hijo de dónde vienen los niños.
Pero a pesar de todo y aunque no sea cierto que un clavo saca a otro clavo, ni que es fácil olvidar y que solo y únicamente si viene tu alma gemela de la que habla Paulo Coelho y con la que terminas ardiendo como dos lenguas de fuego en el paraíso y sois dos espíritus complementarios desde que el mundo es mundo y habéis tenido la suerte de encontraros en todos los siglos y en todas las etapas, nunca olvidas a quien una vez estuvo en tu vida e, inevitablemente, terminamos siendo lisiados emocionales. Con heridas y miedos que son muy fáciles que hagan herir a la otra persona y que tal vez, la otra persona esté cansada y agotada de hacer crecer esas extremidades emocionales como crecen los injertos en primavera, despertando una nueva vida y llenándose de hojas y frutos.
Enamorarse afecta gravemente la salud. Ya lo dice el prospecto de tus actos. La tristeza de tus ojos. La no reacción a mis declaraciones.